Hoy Amelia empieza 2º de primaria.
Y aunque parece un paso pequeño, para nosotros se siente como un vuelo más alto.

La ironía de la paternidad es dedicar la vida a preparar a nuestros hijos para volar… aunque en el fondo nunca quisiéramos que se alejaran. Los cuidamos, los sostenemos, les damos valores, los llevamos de la mano. Pero cada día nos enseñan que no son nuestros, que deben vivir su vida.
Ella entra a clase con su mochila más grande que su espalda, con sus nervios y su ilusión. Y yo, que debería ser el adulto, soy quien contiene la emoción al entender que crecer significa dejarla ir poquito a poquito.
La verdadera tarea de un padre y una madre no es retener, sino preparar. No es proteger de todo, sino enseñar a afrontar. No es construir una jaula segura, sino dar raíces fuertes y alas confiadas.
Y ahí está el misterio: acompañar sabiendo que un día volarán lejos.
Ojalá ese día, cuando se aleje, encuentre en su corazón lo que siempre intentamos sembrar en el nuestro: amor, fe, esperanza y gratitud por la vida.

Hoy Amelia no solo comienza un curso.
Hoy también nosotros comenzamos el aprendizaje más difícil: el de ir soltando con ternura a quien más amamos.
Porque amar, al final, es dejar volar. Debemos saber ser el puerto seguro al que saben que siempre pueden volver, sin dejar de ser barcos que deben navegar en alta mar lejos del puerto.