31 años desde aquella primera diálisis.
10 años en total conectado a una máquina que, aunque dura, me ha regalado lo más grande: tiempo y vida.
En medio del camino, tres trasplantes fruto de la generosidad inmensa de familias que, en su dolor, eligieron darme años de alegría y esperanza. Eso no tiene precio.
La diálisis nunca es fácil. Pero incluso en su rutina pesada, me recuerda cada día que un día más es un milagro más. Y me sostiene en la espera: la certeza de que, en algún momento, llegará otro riñón y volveré a escribir una nueva página, hasta que toque volver a empezar.
Hoy vivo entre el deseo y la gratitud:
Deseando el día del trasplante.
Agradeciendo a la diálisis que me mantiene.
Y, sobre todo, agradecido por vuestras oraciones, por los buenos deseos y por la fuerza inmensa que me regalan mis chicas, mis padres y mis amigos en esta espera.
