Hay lazos que no se eligen, pero se celebran.
Uno de los más hermosos es el de los primos: familia que se convierte en refugio, primeros amigos que nos enseñan lo que significa compartir la vida.

En la casa de los abuelos todo cobraba un brillo distinto: las cabañas improvisadas eran palacios, las bicicletas se convertían en alas, las meriendas sabían a fiesta. Con ellos, cada instante ordinario se volvía eterno.

Los primos son esa parte de la infancia que nunca se pierde: guardianes de recuerdos, cómplices de risas, compañeros de un camino que empieza en la niñez y nos acompaña siempre.

Porque en cada abrazo suyo uno descubre que la familia también puede ser amistad, y que crecer junto a ellos es uno de los regalos más grandes de la vida.
