Hay días de verano en los que el calor y el viento, unidos a las nubes y el cielo pesado no está solo fuera, sino dentro: en la cabeza pesada, en la tensión que baja, en el cuerpo que pide pausa aunque el corazón quiere hacer cosas.

Antes luchaba contra esos días como si fueran enemigos. Hoy los acepto como visitas necesarias y normales que, al final, también me enseñan algo.

Porque cuando el dolor y la debilidad me invaden sin escapatoria, me recuerdan que no puedo con todo, pero puedo con lo importante: amar, agradecer, seguir.

La vida no siempre pide que vayamos deprisa; a veces nos pide que la miremos de frente, aunque sea desde una silla, leyendo, pensando o simplemente mirando al infinito, y la certeza de que aun así, seguimos aquí, sostenidos por el amor y la gratitud. No es lo mismo resignarse a vivir lo que nos toca, que reconciliarnos con la vida y disfrutarla con su esencia.
