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Cerro de los Ángeles. Un trasplantado.

“A veces se me olvida la suerte que tengo: sigo vivo gracias a una fe que mis padres sostuvieron cuando yo apenas podía respirar. Volver al Cerro es volver a la raíz que me levantó cuando todo parecía perdido.”

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El otro día volví al Cerro de los Ángeles con mis padres, recibidos por el Padre Vargas. Para muchos es un lugar más; para mí, es parte de mi historia.

Mis padres rezaron mucho a Santa Maravillas de Jesús cuando yo era solo un bebé con un diagnóstico de muerte… y aquí sigo.

Desde hace años, antes de cada cirugía, hago lo mismo: subo al Cerro, me siento un momento y dejo todo en manos del Sagrado Corazón de Jesús. Soy Guardia de Honor y he podido ganar el Jubileo allí. ¿Qué más se puede pedir?

Además, pudimos hacer una visita preciosa y ver de cerca las figuras que rodean al monumento.

Iglesia militante.

En la base están los grupos de la Iglesia militante y la Iglesia triunfante, con santos como San Agustín, San Francisco de Asís, Santa Teresa, Santa Margarita María, Santa Gertrudis y el beato Bernardo de Hoyos.

Iglesia triunfante.

Y detrás, los grupos que representan la España defensora de la fe —Osio de Córdoba, Don Pelayo, Diego Laínez, Juan de Austria, el beato Anselmo Polanco— y la España misionera —Isabel la Católica, Colón, Cortés, Fray Junípero Serra y los primeros cristianos indígenas.

España defensora de la fe.

Verlas de cerca es impresionante.

Y ahí, con mis padres a mi lado, entendí algo que a veces se me olvida: la suerte que tengo. La suerte de haber recibido una fe que sostiene incluso cuando el mundo se cae. La tradición que nos precede, que no es pasado muerto, sino raíz viva. La coherencia, que no es fácil, pero que te recuerda quién eres y para qué vives. Y la comunidad: esa Iglesia que te abraza, la familia que te acompaña, los amigos que te sostienen, los que rezan contigo y por ti.

España misionera.

En un mundo acelerado y cambiante, vivir la fe en comunidad es un privilegio inmenso. Volví a casa con el corazón lleno y con la certeza de que todo lo importante empieza y termina en Él.

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“Dejé de arrastrar mi cruz como un fardo impuesto y, al abrazarla, descubrí que allí me esperabas Tú: transformando mi dolor en camino, mi fragilidad en sabiduría y cada tormenta en un ‘todo era para bien’.”

Mi primer libro, “Diario de un trasplantado”.

En el cuento algunas de las cosas que a mí, como enfermo crónico y como sanitario, me ayudan a llevar mi enfermedad y sus consecuencias y a la vez intentar alcanzar la felicidad. Ya podéis comprarlo en el siguiente enlace:

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