Hoy celebramos a los que llegaron a la meta. A los que alcanzaron lo que todos, en el fondo, estamos llamados a vivir: la santidad.
Pero no te equivoques. No eran héroes de película. Eran gente de carne y hueso. Personas con miedos, heridas, pecados, cansancio, dudas… y aun así, siguieron caminando.
Porque la santidad no es perfección, es perseverancia. No es estar siempre arriba, es levantarse una y otra vez, incluso cuando el alma pesa.
Los santos fueron como tú y como yo: tentados, distraídos, muchas veces rotos por dentro…
pero con una diferencia: no dejaron de mirar a Cristo. No dejaron que el ruido del mundo apagara su deseo de amar.

Hoy es su fiesta, pero también es la nuestra. Porque si ellos pudieron, nosotros también. Con nuestras luchas, nuestras contradicciones y nuestras pequeñas victorias de cada día.
El cielo no está lleno de perfectos. Está lleno de personas que se dejaron transformar. De los que creyeron que, incluso en su debilidad, Dios podía hacer algo grande.
Así que hoy, mientras los recordamos, miremos hacia arriba… pero sin dejar de caminar aquí abajo. Porque la santidad empieza justo donde estás.


