Nueva Virgen en la UFV.
¿Puede haber algo más tierno y cotidiano que una madre con su hijo en brazos enseñándole la vida?
Cuando la he visto, me he quedado quieto, absorto. No sólo porque la escultura es preciosa, sino porque me recuerda a casa.
A esos momentos sencillos que —sin darnos cuenta— cambian algo dentro:
A veces Amelia y yo.
A veces Sara y Amelia.
Y las mejores, los tres: el equipo SAP.
Y también porque pocas cosas dan más paz y ternura que ver a una madre en actitud confidente con su hijo. Ese diálogo silencioso que sólo el amor entiende.
En estos años, muchos de mis instantes más luminosos se parecen a eso. Una madre que sostiene, explica, acompaña. Un hijo que aprende confiando porque se sabe amado. Al verla, he pensado en mí: así me imagino a veces, en Sus brazos, relajado como un niño en brazos de su madre. Siempre a Jesús por María.
Y lo que más me conmueve es recordar que Dios, siendo Dios… se hizo pequeño. Pequeño, necesitado, aprendiz. El mismo que sostiene el universo tuvo que aprender a hablar, a caminar, a mirar el mundo… de la mano de su madre y de su padre. Eso lo cambia todo.
Esta advocación, “Sede de la Sabiduría”, me recuerda que ella contempla cómo Él escribe nuestra historia: con nuestras lágrimas, alegrías, fatigas, días errantes.
Ahí nace la humildad: sabernos vulnerables y dejarnos escribir desde Su ternura.
Por eso esta escultura me ha impactado. Porque me recuerda quién soy, quién quiero ser y qué importa de verdad:
Amar en lo diario.
Enseñar despacio.
Dejarnos enseñar aún más despacio.
Sé que pasaremos muchas horas juntos. Gracias, Universidad Francisco de Vitoria, por este regalo. Y gracias @javierviver por tanta sensibilidad.
Escribí esto emocionado a Sus pies.


