No iba a venir… pero Dios tenía otros planes. Antonio me insistió con tanto cariño y Sara lo vio tan claro que no supe decir que no. Me iba a la javierada de padres del cole de Amelia.

Y hoy entiendo por qué. Porque en esta Javierada he encontrado mucho más que un camino: he encontrado cirineos que se ofrecían sin pedir nada, miradas sinceras, cariño inmenso, y la presencia de Dios en cada detalle, en los pasos, en los silencios y en los abrazos.

He hecho solo unos pocos de los 35 km, pero han sido suficientes para sufrir y vaciarme, para soltar mi orgullo, mis prisas, mis “porqués”, y dejar que esta peregrinación fuera hacia dentro, por los senderos del alma.

En la Foz de Lumbier, mientras rezábamos el rosario, todo era paz, belleza, y un susurro claro dentro del corazón: “No estás solo. Yo cargo contigo.”

Y entre rezos, cansancio y risas, he tenido conversaciones que me han llenado el alma: con padres más conocidos y con desconocidos, andando y en el coche.

Qué bonito descubrir que Dios también se sienta a hablar en medio de una charla sencilla, en el compartir del cansancio, en el “¿cómo estás?” dicho de verdad.

Tuve la fortuna de hacer la segunda estación del Vía Crucis:
Jesús carga con la cruz.
Y ahí, al mirar mi propia cruz, solo me salió decir: gracias. Gracias, Padre, por hacernos pequeños, por permitirnos no entender todo, para así obligarnos a confiar y dejarnos amar. Porque cuando soltamos el control, Tú entras, y cargas con parte de nuestra cruz, haciendo llevadero lo que parecía imposible.

Y como si fuera poco, me regalaste reencontrarme —después de tantos años— con uno de mis Cristos favoritos, ese que sonríe en la cruz. Y al mirarle, entendí otra vez
que todo está cumplido, que todo tiene sentido,
y que algún día, en el cielo, lo entenderemos todo.

En Javier pasan cosas.
Y hoy, con el corazón lleno, solo puedo decir:
Gracias, Señor. Alabado seas por tanto.


