A veces me pregunta alguien por qué trabajo tanto, por qué me formo sin parar, por qué me implico en mil cosas, por qué intento llegar a todo.

Y la respuesta no es el éxito, ni el reconocimiento, ni la ambición. La respuesta es un niño.
Un niño que pasaba horas soñando con todo lo que quería ser. Un niño que no sabía si llegaría a crecer, pero que soñaba igual. Que se imaginaba fuerte, feliz, útil, rodeado de amor, no por su fuerza física, sino por sus ganas. Un niño que nunca dejó de creer que algo bueno lo esperaba al otro lado de la enfermedad.

Trabajo por él. Por ese niño. Porque le prometí que si algún día salíamos de allí, no íbamos a vivir a medias.

Claro que me canso. Y que muchos sueños se quedan en el camino. Y que hay días que no llego.

Pero si algo tengo claro es que no será por no haberlo intentado. No será por no haberme dejado la piel en hacer feliz al niño que fui, que soñaba.

A veces lo imagino mirándome, desde el recuerdo, con su osito azul de peluche en la mano. Y me dan ganas de decirle:
“No lo conseguimos todo… pero sí muchas cosas. Y seguimos. Por ti. Por nosotros.”

Y lo más bonito es que ya no lo hago solo.
Ahora tengo a Sara y a Amelia. Mi equipo SAP.
Ese niño puede estar tranquilo.
Porque sigo aquí.
Soñando por él.
Viviendo por él.
Y construyendo, poco a poco, lo que un día se atrevió a imaginar.

¿Cómo estaría tu niño yo de orgulloso? ¿Cuál sería el sueño cumplido que más te enorgullece?
