La etapa reina. Un trasplantado.

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Una de las etapas más duras del Tour de Francia, fue en el año 1992, con la subida de Saises, Cormet de Roselend, L’Iseran, Mont Cenis y Sestiere. A los que os gusta el ciclismo, como es mi caso, podéis haceros una idea de la etapa y el perfil que es. Además fue una etapa en la que Claudio Chiappucci “el gitano”, hizo una escapada de doscientos kilómetros y en el último puerto, con un esfuerzo sobrehumano, Miguel Induráin le recortó la distancia y mantuvo el maillot amarillo hasta Paris.

Otra etapa épica, no siendo reina, fue el 5 de junio de 1988 en el Giro de Italia. Esta catalogada como una de las etapas más duras de la historia. Era una etapa de 120 kilómetros entre Chiesa Van Malenco-Bormio, donde nevó tanto que casi hubo que suspender la etapa. Imaginad que dificultad subir y bajar puertos con nieve, entre ellos el coloso La Gavia helado y con nieve, y mantenerse a esa velocidad y nivel de exigencia en la bicicleta con esas condiciones.

Una etapa mítica de La Vuelta a España, para nombrar una etapa de cada una de las tres grandes vueltas, fue el 12 de septiembre de 1999, una etapa de 175 kilómetros desde Leon, hasta el alto de l’Angliru. Con una subida memorable del Chava Jimenez entre la niebla y recortando un montón de tiempo en la subida, hasta hacerse con la victoria en el último kilómetro.

¿No os ha pasado a veces que la vida parece una etapa reina? ¿No tenéis rachas que parece que no has terminado de superar una cosa y viene la siguiente por el horizonte?

Algo parecido parece que me está sucediendo los últimos años. A nivel de salud, mi vida siempre ha sido una etapa de alta montaña. Pero los últimos años, parece que son varias etapas a la vez.

En 2016 empecé con la intolerancia a los cereales, que tardaron tres años en dar con ello, con dos o tres ingreso mínimo al año. Siempre uno en verano. Teniendo que pasar por varios tratamientos durísimos porque pensaban que era citomegalovirus. Hasta que por casualidad vieron que era una intolerancia a los cereales.

A la vez, y probablemente favorecido por haberlo pasado tan mal, se aceleró de golpe la pérdida de Taurino. Pasé otro año muy malo, con continuas recaídas, estando, en distintas etapas, tres meses ingresado, hasta entrar en diálisis.

El día que perdí el riñón, el 26 de septiembre, aniversario del fallecimiento de paquirri, se me hinchó un montón la pierna derecha. Me dijeron que tenía que entrar en diálisis con urgencia, creían que era una calcifilaxis y podía perder la pierna. Me sonó como de otro mundo. Acabé agotado porque me hicieron dos cirugías, pequeñas, pero cirugías y vuelta a diálisis el mismo día.

E ironías de la vida, ocho meses después, lo que me sonaba a otra época, parece que se hizo presente y ahora lucho por mantener mi pierna, como bien sabéis.

Cómo no es poco, el viernes fui a una revisión para ver dónde pondrían el cuarto trasplante, antes de entrar en lista de espera, que aún no estoy. Para no ser menos y hacerlo “emocionante”, me han dicho que el riesgo será grande. Para el trasplante, de fallar por cómo está la zona, llevo muchas operaciones en ese poco espacio. A lo que hay que añadir que en el lado derecho habría que quitar a Taurino y en el izquierdo lidiar con el mal estado de mi arteria iliaca que se rompió hace años.

Un órgano tiene una perfusion de 2l/min, al tener las piernas como las tengo, aumentaría el riesgo de perderlas. Ya de por si alto y en el caso de la derecha casi un hecho. Y, pudiendo incluso poner en riesgo mi vida.

Así que, ahora toca valorar opciones: pasar muchos años en diálisis, sino el resto de mi vida, arriesgarnos con la operación o el primer camino confiando en una rápida evolución de la medicina y poder trasplantarme con muchos menos riesgos, pasados unos años en el desierto de la diálisis.

Imagino que a Perico Delgado en 1988 o a Induráin en 1992 o Chava Jimenez en 1999 les ardían todos los músculos del cuerpo, especialmente las piernas; que el aire que les entraba les parecería una nimiedad; peleaban con sus fuerzas y jugaban con la alimentación y bebida para no desfallecer; el tiempo, nieve para uno, calor para otro y niebla para el último, no facilitaba nada pedalear. Pero miraron para adelante, no perdieron de su mente su objetivo, mandaron sobre su cuerpo y no bajaron la guardia y lucharon hasta el último segundo, hasta el último gramo de fuerza, persiguiendo la gloria, llegando al objetivo.

Pero antes de llegar a la magia y el espectáculo de la montaña, nos toca un tiempo de etapas lisas, de llanear, con su riesgo de caídas, de abanicos y quedarse colgado, de desgastarse más de lo debido antes de que llegue la hora de la verdad. Son las etapas más duras para los escaladores, para los líderes de los equipos, las más feas en cuanto a espectáculo, pero que a veces marcan la historia de la carrera.

El equipo SAP (Sara, Amelia y Pablo) en tierras castellanas.

Pues una vez más eso es lo que toca. Pero a diferencia de los ciclistas, en la vida no tenemos hoja de ruta donde podamos ver los puertos y kilómetros que aún nos quedan por delante. No podemos preparar la etapa, todo es sorpresa. Por ello, igual que ellos tienen a sus gregarios, nosotros, el equipo SAP, contamos unos con otros para unidos, tirando el fuerte del débil en cada momento, haciendo relevos, haciendo estrategia, permaneciendo fuertes y más unidos que nunca en la adversidad. En definitivo, siendo y haciendo equipo, el equipo SAP, mejor que el Reynolds de finales de los 80 o el Banesto de los 90. Parece que antes del trasplante siguiente, que antes incluso de entrar otra vez en lista de espera, nos tocará un tiempo largo de diálisis, de pensar en las alternativas, de meditar la mejor opción y prepararnos para la etapa reina, aunque esta parezca interminable.

Entre el estímulo y la respuesta existe un espacio. En este espacio se encuentra nuestro poder para elegir la respuesta. Y en nuestra respuesta descansa nuestra libertad y nuestra capacidad para crecer como personas”. Viktor Frankl

A la vez contamos con todos vosotros. Animándonos con vuestros gritos de ánimo desde el arcén, vuestro cariño desde los lados del camino, vuestra agua que refresque nuestras secas gargantas por el esfuerzo, vuestros periódicos para protegernos del frío de las adversidades, incluso a veces un fugaz empujoncito hacia delante. No dejéis de darnos vuestro aliento nunca.

Y por supuesto, y más que nunca, os pido -y agradezco de antemano- vuestra oración que nos sustenta, que nos da fuerza y nos permite seguir hacia delante. No olvidéis, que la oración es el regalo más grande y altruista que podemos dar a alguien. ¿Cómo sería sufrir tanto si no fuera por la fuerza que nos da Dios y vuestra oración? ¿Qué sentido tendría sufrir tanto si no fuera por estar con mi maravillosa familia en esta vida y por el premio que tendremos en el más allá? Que mayor recompensa que la confianza en que Él no nos da nada que no podamos aguantar y que será para nuestro bien. Rezo también por vosotros.

Y no olvidemos: ¡soy y somos unos tipos con suerte!

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