En la vida hay muchas cosas, más de las que nos gustaría, que no elegimos. No elegí enfermo, perder una pierna, ni vivir con dolor crónico, ni tener que aprender a caminar una y otra vez. No elegí la soledad de los pasillos del hospital, ni el cansancio de las noches en vela, ni la fragilidad que nos invade cuando todo se tambalea.

Pero mientras eso acontecía en mi vida —el miedo, la incertidumbre, la rabia, la esperanza— había algo que sí podía elegir: qué hacer con mi actitud, con mi vida.Y elegí entregarla.
Porque entendí que mi dolor, si se queda solo conmigo, duele el doble. Pero si lo comparto, si lo ofrezco, si lo pongo al servicio… puede sanar algo en otros. Puede dar sentido y ser consuelo.

A veces creemos que para servir hay que estar bien. Que hace falta estar fuerte, completo, perfecto. Y yo he aprendido justo lo contrario: que cuando uno se rompe, si deja de mirarse solo a sí mismo, puede convertirse en refugio.
Que cuando uno ha sufrido de verdad, sabe mirar al que sufre sin juzgarlo, sin intentar arreglarlo, simplemente estando.

Desde entonces, eso intento: que mi testimonio no sea un escaparate, sino una mano tendida. Que cada charla, cada paso, cada palabra dicha con el corazón sea una forma de decir: “No estás solo. Y aunque hoy te duela todo… tu vida sigue teniendo sentido.

”Vivo con cicatrices, pero también con la certeza de que servir no es solo una opción: es una misión. Una forma de amar con lo que uno tiene, aunque a veces solo tengamos nuestras propias heridas.Y si con esta historia, con esta vida remendada, consigo acompañarte un poquito en la tuya… entonces todo esto habrá valido la pena. Todo habrá tenido sentido.

Gracias por estar aquí.
Por leer.
Por dejarte tocar.
Por seguir buscando sentido, incluso en los días difíciles.
Y sobre todo: gracias por servir también tú, a tu manera, con tu historia, desde donde estás.
Busquemos un sentido de servicio en la vida.


