Ser como niños… Un trasplantado.

“Mirada limpia, corazón dispuesto, nobleza intrínseca, alegría innata, confianza ciega, etc. eso ganaríamos siendo como niños.” Ser como niños... Un trasplantado.

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Una semana antes de amputarme Amelia se subió a un sofá y me dijo que quería saltar. Antes de que pudiera reaccionar o decirle algo, saltó como un pajarillo novel, con los brazos estirados como si fueran alitas y con la seguridad absoluta de que yo, su padre, no le iba a fallar. Cuando le dije que podía caerse, me dijo: «no, papá coge». Estaba segura de que le iba a coger. Tenía confianza absoluta. Y así fue. Tenía dos años recién cumplidos.

Recuerdo un día, la verdad es que bastantes, en la piscina del Club de Campo, estar rodeado de una veintena de niños mirando a Blas, el muñón, preguntando los porqué que les surgían al verlo y algunos, los más intrépidos, tocándolo. Amelia orgullosa les iba contando a su manera la historia de mi pierna. Estaba feliz de presumir de la pierna de su padre. Me mira sin juzgar. En un año y medio que llevo amputado, ningún niño ha llorado al verlo o se ha ido corriendo. Su nobleza les impide juzgar o mirar sin cariño a nadie.

En múltiples situaciones, los niños me han demostrado que su inteligencia emocional es superior a la nuestra. No tienen prejuicios, como juicio previo. Lo que ven, lo analizan con ojos sanos, sin buscar dobleces, como son las cosas. Si se enfadan con uno de sus padres porque le han reñido, en tres segundos lo olvidan, sin rencor, con perdón sincero y corazón renovado, vuelven a abrazar a esa persona con el amor que necesita.

Es curioso, como quieren vivir su vida. Miran las de otros, buscan pequeños detalles, pero al final vuelven a su camino. Son quienes son y les gusta. Hay muchos mayores que su alimento es la vida de los demás, juzgar, analizar y olvidarse de ser felices y hacer su camino, mientras juzgan o ponen piedras en el de otros.

Ante los avatares de la vida, muchas veces damos muchas vueltas de más en vuestras cabezas. Nos falta la confianza de un niño, de saber que pase lo que pase, será para bien o será porque tenía que ser.

Nos da por centrarnos en lo que vamos a perder. Por ejemplo, una de mis grandes luchas los últimos meses antes de la amputación, fue no pensar en que no podré correr una temporada con Amelia o cogerla, dar un paseo con Sara, etc. porque eso sería como lanzarme del sofá sin avisar, lanzarse al vacío sin red, meterme en un círculo vicioso que terminaría carcomiéndome. Y no tuve éxito, muchos ratos lo pensé. Amelia, cuando le enseñé la pierna amputada al volver del hospital y preguntarle que le parecía, me dijo: «papá, no está pie, no está pupa» y se puso a aplaudir.

Los niños, dentro de su inconsciencia, suelen avisar antes de un salto al vacío, para tener una seguridad. Por eso, no centrarnos en lo bueno que nos pueda venir o lo malo que dejamos atrás, nos va a ayudar mucho. Pensar en el dolor que iba a desaparecer con la amputación y que en un tiempo podría andar sin límite con mi prótesis, fue clave para poder llevarlo bien. Vivir y gozar el presente, sin agobios pretéritos o miedos venideros, nos dará paz.

Aunque es difícil tener la confianza que tiene un niño en sus padres los primeros años de vida, si nos acercáramos aunque fuera un poco a esa confianza pero dirigida a que Dios nos dará la fuerza que necesitamos para solventar cada obstáculo de la vida, la vida no sería más fácil, las cosas que le tocan a cada uno, no desaparecen por creer. Pero si es radical la diferencia a la hora de afrontarlo y a la larga, se lleva de tal manera, que parece que pesa menos la carga, que es más liviana la Cruz, siendo la misma. Por eso doy tanta gracias a Dios de todo lo que tengo y pido poder tener una mente lo más cercana a un niño posible.

Por eso agradezco tanto a Amelia que me enseñe a mirar la vida como ella lo hace. Con alegría, con empuje, con seguridad, pero a la vez con cariño hacia los que tiene cerca, como cuando en una carrera con un niño menor en las fiestas de Las Navillas, al llegar a la meta quiso esperarle para llegar juntos.

Porque lo importante en la vida, no es ganar, es ser uno mismo, fiel a sus principios y coherente en sus actos. El amor por las cosas sencillas. Los últimos días de verano, su deseo, cumplido al final, era estar los tres en casa. Era buscar la esencia de la vida, la realidad que nos da sustento emocional y seguridad real. La grandeza de lo sencillo, la riqueza del amor sincero de una niña de tres años, sin dobleces, por su padres. Esas enseñanzas, unidas a las que traía en mi mochila, me ayudan cada día con el peso de la mochila que me ha tocado.

Mirada limpia, corazón dispuesto, nobleza intrínseca, alegría innata, confianza ciega, etc. eso ganaríamos siendo como niños.

«Agranda la puerta, padre, 

porque no puedo pasar;

la hiciste para los niños,

yo he crecido a mi pesar.

Si no me agrandas la puerta,

achícame, por piedad;

vuélveme a la edad bendita

en que vivir es soñar.»

Miguel de Unamuno.

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