Hoy es el día de los difuntos.
Recuerdo a mis abuelos, a mis tíos que se han ido, a un amigo, Javier, y varios conocidos de mi edad, a Luis, mi suegro, al que no conocí y al que tengo muchas ganas de hacerlo y sobre todo agradezco cada día su ayuda.
Y no olvidar, que todos vamos a morir. Y, ¿qué es morir? como creyentes, ¿no es el paso de una vida efímera y finita a una eternidad divina? como no creyentes, ¿no es el final a un camino más o menos fértil por esta tierra?
Enfocándome en el lado creyente, que es el mío, tengo claro que desde el cielo sin duda alguna nos cuidan más y mejor que desde la tierra. Añoramos sus besos y abrazos, pero nos besan y abrazan directamente en el corazón y eso es un tesoro. Nos duele no verles y tocarles desde nuestra visión terrenal, pero están siempre abrazados a nosotros desde el cielo.
El otro día me preguntaba Amelia, con 4 años, «¿papá, ¿te vas a morir?»; mi respuesta fue clara «si hija, y tú, nos vamos a morir todo»; su respuesta «pues me haces un favor, ¿te mueres cuando sea madre y muy mayor?». Fulminante, inapelable. Eso significa que ella ha pensado que, si ella es mayor, yo seré un anciano.
Por un lado, me pesa que con esa edad y en mi situación se tenga que hacer esas preguntas; por otro lado, me encanta la naturalidad con que lo hable, aunque le pese.
La única realidad es que todos nos vamos a morir. Todos pasaremos, ojalá, a la vida eterna. La lógica dice que me queda poco tiempo, que moriré joven. También decía que moriría al año y tengo 46 y mi intención es llegar lo más cerca a ser centenario posible. Me pesa mucho que Sara se quedara viuda, que sufriera, que perdiera la P del Equipo SAP tan maravilloso que hemos creado y creamos cada día. No tener cara a cara los momentos geniales y los no tantos que compartimos día a día y que tanto nos construye a los dos. A veces me pesa porque si muero joven Amelia no tardando olvidará mi voz y mi cara, mis besos y abrazos. Aunque se que tendrá un legado en mis redes y libro. Pero también sé que, si muero pronto, podré ayudarles cada segundo desde el cielo, de forma más cercana e intensa. Con la añoranza del contacto, pero con la certeza de que estaré unido a las dos.
Un día me decía un buen amigo, Pablo, y os lo conté en verano, que no nos perderemos nada de vida al morir, ya que nuestra vida, pensada desde la eternidad, acaba el día de nuestro óbito.
Por eso, ¿no merecerá la pena hacer magia de cada día que estemos? ¿dar todos los besos y abrazos que nos apetezca a los nuestros para luego no echarlo en falta? ¿qué es el dinero, el poder y el éxito comparado con compartir con los nuestros? Al irse, no nos acordaremos de cuanto ganamos, sino de la ausencia que nos dejan.
Lo que hemos fallado hasta hoy no tiene solución, no sabemos cuantos mañanas nos quedan. Pero hoy tenemos un regalo, por eso se llama presente. Presente, el regalo de poder hacer magia de cada día que nos queda, de poder dedicar más tiempo a los nuestros. Pasamos las mejores 8 horas de los mejores 40 años de nuestra vida en el trabajo. Hagamos del resto del tiempo magia.
Todos vamos a morir, pero hasta que llegue, tenemos que vivir. No busquemos sólo la excelencia y el liderazgo en lo profesional. Seamos lideres en amor y excelentes en hacer crecer a los nuestros. Llegará el día que no tenga solución, llegará el día del llanto y rechinar de dientes, trabajemos para que ese día, el día del examen del amor, saquemos buena nota.
Un abrazo a todos mis y vuestros difuntos y construir los cimientos de una buena despedida para el día que nos llegue la hora aunque nunca sea fácil.