El faro. Un trasplantado.

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En la vida, todos necesitamos faros en los que guiarnos. Puede ser un maestro, alguien al que admiramos, una meta, una ilusión, etc. pero todos necesitamos alicientes.

Faro del Castillo de Peñíscola.

Un faro, que no sele ser un instrumento muy sofisticado, a priori, durante siglos ha iluminado a miles de barcos sobre donde no ir. Curiosamente solemos buscar faros que nos digan donde ir, pero en muchas ocasiones, tener claro que evitar, nos dará más beneficios que lo contrario. Ya que para ajustar nuestro destino tenemos a nuestra disposición la calamita (brújula), el astrolabio, la ampolleta o reloj de arena, la ballestilla, el cuadrante náutico, el nocturlabio y las tablas astronómicas.

Otra opción, es un maestro que nos guie, que nos llene con su ejemplo, con su sabiduría. No hay mejor ejemplo que la estatua que hay entre las facultades de medicina, farmacia y odontología de la complu (UCM). Durante muchos años, allí estudié la carrera, fisioterapia está dentro del edifico de medicina, hice un máster, hice la tesis que defiendo este curso, D.M., e investigué un tiempo en odontología cosas de articulación temporomandibular (ATM) y cada día me fijaba en esa preciosa estatua, en la que un joven enérgico y vigoroso, en plenas facultades y a caballo, toma el testigo del conocimiento en forma de antorcha de un viejo débil, cansado y en el suelo, ambos desnudos, sin nada que ocultar, sin dobleces, cada uno como es.

«Los portadores de la antorcha» en frente de la Facultad de Medicina de la UCM.

La enfermedad o los problemas de la vida, como una niebla intensa que cae y abarca todo el horizonte, puede cegarnos de ese objetivo, ese aliciente, esa ilusión, que con ahínco, perseguíamos y soñábamos. La pérdida de fuerzas, la aparición de la debilidad, el temor ante el problema, la incertidumbre ante lo desconocido, nos pueden alejar de nuestra camino. Y a lo mejor no es malo que lo hagan durante un tiempo, puede que sea la adaptación psicológica e inconsciente, para centrarnos en nuestra prioridad en ese momento, la salud.

Ya habrá tiempo de llevar a cabo grandes empresas, espectaculares hazañas y perseguir esos anhelos. Pero recuperar las fuerzas, recargar el ánimo y la esperanza, es vital. Es en el momento de una mala noticia cuando parece que arrecia la tormenta, se multiplican los vientos y parece que vienen de todas direcciones a la vez, la olas nos aturden y perdemos la perspectiva. Esa tormenta puede durar más o menos, cada uno tenemos nuestros tiempos, pero poco a poco irá pasando a la vez que dominaremos de nuevo la situación. Venceremos con la fuerza de la experiencia, con la luz que nos da la antorcha, que como faro lleno de conocimiento, nos alumbra a pesar de la poca fuerza del sabio agotado, sólo su sabiduría ilumina como lo hace un Perseida en el cielo de las crecientes noches de agosto.

Playa de El Cotillo, Fuerteventura.

Nos toca picar espuelas al caballo y mientras amaina la lluvia, se disipan los vientos y se desenfurece el mar, podemos volver a ser dueños de la situación, «nunca un mar en calma hizo experto marinero» y en «en los ancianos está la sabiduría, y en largura de días el entendimiento.» (Job 12, 12). La vida es un prueba, es un ensayo-error, donde con el paso de los años, con la ganancia de experiencia y el crecimiento en sabiduría, vamos aprendiendo por donde sortear los cabos y los golfos, que puertos son seguros y cuales mejor evitar y así, sin poner renunciar a la lucha, al esfuerzo, al sacrificio y por supuesto con la honra del mérito ganado, estaremos en disposición de pasar la antorcha como el que pasa el testigo exhausto de haber dado todo y sabiendo que el relevo es necesario y bueno, pasamos el testigo del miedo y la desesperanza. Ese día, puede que el problema siga, pero ya no nos dominará, no regirá nuestras vidas, nosotros seremos los amos de nuestro destino.

Así lo describe en el poema Invictus perfectamente William Ernest Henley.

En la noche que me envuelve,
negra, como un pozo insondable,
le doy gracias a los dioses que pudieren existir,
por mi alma inconquistable.

En las garras de las circunstancias,
no he gemido, ni he llorado.
Bajo los golpes del destino,
mi cabeza ensangrentada jamás se ha postrado.

Más allá de este lugar de ira y llantos,
acecha la oscuridad con su horror,
Y sin embargo la amenaza de los años me halla,
y me hallará sin temor.

No importa cuán estrecho sea el camino,
ni cuántos castigos lleve a mi espalda,
Soy el amo de mi destino,
Soy el capitán de mi alma.

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