Juntos en el camino. Un trasplantado.

“hay algo que no pasa, el cariño del camino, la inocencia de la amistad infantil, que no se borra entre los que se vivió. Y eso si que es un regalo. Un regalo de los que se quedan en el alma para siempre.” Juntos en el camino. Un trasplantado.

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Mediados de Julio, cálido día de verano castellano, aunque los 2228 metros de altura de los Picos de Urbión lo disimulan, sobre todo de día. Plácidamente primero, más deprisa después y hasta encapotar el cielo finalmente, avanzaron unas nubes desde la Laguna negra, hasta cubrir los picos. Unas gotas de agua, parte de una tormenta de verano, caen esquivando alumnos del Recuerdo, que aprenden de la vida, en la marcha de supervivencia del campamento de Vinuesa.

Yo de acampado en el campamento de Vinuesa.

Estas gotas descendían jugando, felices, sin saber si iban a caer en La Rioja, Burgos o Soria y menos aún, que serian parte del origen del río Duero y el camino que les esperaba. Fluyen de arriba a abajo plácidamente, sin preocupaciones.

Nacimiento del Río Duero en los Picos de Urbión.

Tímido pasa sus primeros kilómetros el río, sin fuerza ni caudal para mandar sobre el cauce, va dirigido de Soria a Burgos. Va ganando energía en Valladolid y se hace adolescente en Zamora, rumbo a su destino final en Oporto. Muchas horas juntas pasan las gotas cuando no tienen mucho poder de decisión y van donde les dicen, para ir tomando alguna decisión más adelante. Momento en el que en algún momento se disipan y pierden la pista, unos de otros, aunque sea momentáneamente, entre el gran caudal. Ya que unas van más rápido, otras a paso más firme, etc. pero ojalá se encuentren reunidas contando anécdotas en Oporto, después de una vida y un emocionante viaje juntas.

Río Duero a su paso por Zamora.

Estas gotas de la lluvia pueden ser amigos de la infancia. Al principio nos mandan los padres y veraneamos donde nos dicen y vamos donde nos mandan, decidimos poco. Balanza que va cambiando en la adolescencia y luego ya tomaremos cada uno nuestro camino, aunque este puede ser paralelo. Es cuando nos disipamos en el correr de la vida, de las obligaciones, de las distintas apetencias personales. Y así van pasando los años, pudiendo recordar año tras año las mismas anécdotas, con la misma o incluso mayor emoción.

Nada une más que echar los dientes juntos o cómo decía hace poco mi cirujano en una revisión cuando le preguntó una enfermera que si me conocía, dijo: “nada une más que cortar una pierna a alguien”, que jodío, todo dentro de un inmenso y sincero cariño.

Estas gotas hoy tienen nombre, son Belén, Diego, Bunin, Cristina y Adolfo y otros anónimos que hay. Hay otras muchas gotas que podía nombrar y he tenido muchos regalos estas semanas. Y todos fueron muy especiales.

Pero el suyo, hecho en febrero, llegó el 19 de abril a mis manos. Era el mejor día que podía llegar, el día que más lo necesitaba en varias semanas. Por eso lo señalo, fue un regalo material, pero sobre todo un regalo emocional por el día en que llegó y la suma de detalles.

El libro y la dedicatoria.

El día antes de mi amputación, di mi último paseo con dos piernas con mi hermano Javier. Al contarlo y verlo, ellos se apuntaron a una carrera virtual y corrieron una a mi lado, conmigo en el corazón, me iban insuflando aire sin yo saberlo, me llevaban en volandas sin yo pedirlo. Buscaron tres cruces de mi Cristo Amputado, uno para cada uno del Equipo SAP. Buscaron un libro sobre el P. Figaredo, fundador de la Fundación Sauce, de donde procede el Cristo amputado y su obra y escrito y dedicado por otro insigne jesuita, el P. José María Rodriguez Olaizola. No es la grandeza del regalo en si, lo que le hace grande, sino cada uno de los pequeños, pero inmensos, detalles que lo conforman. Cada uno era una bocanada de amor directo al corazón, a mi necesitado corazón ese día.

Cuando vi los dorsales con variaciones de mi nombre, me acordé de algo que en su día me maravilló. Cuando mi amigo Javier enfermó, os he contado alguna vez que falleció el año pasado con 43 años, un grupo de buenos amigos, «los mendas», corrieron una carrera con dorsales y camisetas con su nombre, me impresionó y emocionó el gesto de sus buenos amigos. Hasta los envidié con cariño, incauto de mi. No contaba con que a la vuelta del camino, me esperaba en unos meses eso, que lo viviría yo en primera persona, pero al verlo, un mar de lágrimas de emoción y agradecimiento corrieron por mi mejilla, como las gotas que corrían por mis queridos Picos de Urbión.

Los dorsales que usaron.

Pero sobre todo, como las gotas de agua, mis cinco amigos, me recordaron todo el camino que hemos recorrido juntos, han despertado recuerdos de la infancia, sueños de niñez, noches mirando a las estrellas en la primera adolescencia en la nava, años de vernos más y otros menos o incluso algunos nada, momentos muy divertidos juntos y otros muy duros de tirar unos de otros. Eso es la amistad estar para lo bueno y sobre todo para lo duro. Pero hay algo que no pasa, el cariño del camino, la inocencia de la amistad infantil, que no se borra entre los que se vivió. Y eso si que es un regalo. Un regalo de los que se quedan en el alma para siempre.

Me han hecho reflexionar y ser consciente, una vez más, de que cuanto más dura y empinada se pone la vida, más virtudes y gracias nos da Dios y más y mejores amigos y personas nos surgen por el camino. Esto es un regalo. No puede ser casualidad y se escapa al entendimiento y la capacidad humana. En la prueba, Dios da la gracia.

Unos amigos de los que sólo podemos dar gracias a Dios y a la vida, por estos regalos que recorren con nosotros el camino.

¡Soy un tipo con suerte!

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