La vida sale al encuentro. Un trasplantado.

“Grandes regalos de la vida dentro de un envoltorio cruel. No es fácil quitar el papel que lo envuelve, pero una vez conseguido, podremos disfrutar de ese tesoro maravilloso que nos aguarda.“ La vida sale al encuentro. Vía @untrasplantado.

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El otro día, como todos los veranos, me acordé de este libro. Maravillosa lectura a la que he recurrido varias veces y que me trae buenos recuerdos. Lo leí por primera vez en un pueblo de Segovia, Casla, a la vera Del Río Caslilla, en una casa familiar, al cobijo de su umbrío jardín. Era un verano normal, caluroso, yo tenía 14 años y a la larga sería un verano inolvidable. Pasamos en casa de los abuelos unos días mágicos mi madre, mi hermana, mi abuelo Rafael, mi abuela Marita y yo. Fue el último verano de mi abuelo Rafael, los últimos días juntos. Siempre quedará todo ello en mi memoria junto a grandes y largas charlas con Marita, que también nos dejaría pronto.

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Para más impacto, yo tenia casi la misma edad del protagonista, un año menos, y salvando la diferencia de que el libro se desarrolla en Vigo y mi infancia entre Madrid y Segovia y que el libro fue escrito en los años sesenta, muchas cosas son parecidas, nunca cambian. Recuerdo muchas de las hazañas de Ignacio, que vivía en un internado de los jesuitas, ironías del destino, dos años más tarde yo haría lo mismo. Recuerdo su viajes a Marin a navegar, su hermano Cheché, enfermo y que al final quedó inválido de una pierna, otra ironía. Su prima Patri y sus amigos y el Padre Urcola, su director espiritual y amigo suyo y de la familia. Imagino que mis padres tuvieron esos años muchas conversaciones con el Pilun (P. Ilundaín) jesuita amigo de la familia y mi director espiritual y guía de vida durante casi toda mi vida. Aún hoy le veo como esa persona especial que siempre tiene una visión acertada y pensada.

Ignacio estaba en esa edad en la que ya uno no es un niño, pero desde luego no es un hombre. Es esa época oscura pero vital, en la que construimos los cimientos del edificio de nuestra vida y como toda obra, en la parte de cimentación parece que no pasa nada, pero sin ese nada, nada es posible, el edificio se caería. Y con ese nada, convertido en todo, todo es posible.

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Eso mismo son las pruebas que nos tiene la vida preparadas. La cantidad de cosas que no entendemos y pensamos que no nos ayudan, como los cimientos de la adolescencia, pero que una vez empiezan a crecer las paredes, el resultado es un majestuoso edificio que nos apasiona. Así, muchas de las desgracias de la vida, de los sueños rotos, de las ilusiones que quedan guardadas en el cajón de los justos por la fuerza de la evidencia de la vida, toman sentido cuando pasado un tiempo, de repente entendemos que aquel entrenamiento al sufrir, fue vital para aguantar los giros de la vida, las experiencias no esperadas y no deseadas, pero que todas ellas juntas nos ayudan a crecer, a buscar y encontrar la mejor versión de uno mismo y antes o después, poder sacarla.

¿No os sorprende que muchas veces cuando una persona le detectan una enfermedad nos enseña una mejor versión de uno mismo? Una de las maravillas del libro son las mil anécdotas y visiones marineras, no podía ser menos en un joven gallego de Vigo y que va a Marin a navegar. Pues “nunca un mar tranquilo hizo experto marinero”, así mismo, todas las experiencias duras, nos van fortaleciendo como el joven grumete que por primera vez embarca, que no sabe si se mareará, repetirá la experiencia, le gustará y gustará a los compañeros, es decir, estará a la altura. En cambio, el viejo capitán, silencioso y observador, sólo con mirar a la mar, escuchar los vientos y visualizar como vuelan los pájaros, sabe o intuye la aventura que le espera, sabe que le tocará luchar y bogar contra corriente, pero sabe que es capaz, que puede confiar en los suyos y que salvo sorpresa, saldrán airosos, no sin sufrir lo suyo.

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Es en ese caminar por la vida de grumete a capitán, donde entendemos y en parte agradecemos lo vivido. Donde toma forma en la línea de nuestra vida todas las olas que tuvimos que saltar o que nos arrastraron y nos obligaron a volver con gran desgaste mar adentro, pero que a la larga, como el hierro en la fragua, nos forjó y ayudó a salir victoriosos, agotados, pero satisfechos y con honra del trabajo hecho.

Nadie desea tener una enfermedad o un problema, nadie nos prepara para ello, pero como al grumete, ese sufrir, nos prepara para el resto de cosas de la vida. Como si al ganar experiencia hiciéramos las paces con la realidad que nos toca, aunque sea cambiante con el avanzar de la vida y ese día ganáramos la paz para los siguientes pasos, las próximas tormentas. Ese día ganamos luz. Ese día nos dejamos hacer y de forma inimaginable e inesperada, gracias a Dios, es como si los siguientes desafíos nos costaran menos.

Y ahí es donde la vida nos sale al encuentro, nos fortalece, nos prepara, nos hace capaces de superar el siguiente envite. Y ahí entra nuestra actitud, clave para ver cómo lo superamos: si como un lastre o como una oportunidad.

Grandes regalos de la vida dentro de un envoltorio cruel. No es fácil quitar el papel que lo envuelve, pero una vez conseguido, podremos disfrutar de ese tesoro maravilloso que nos aguarda.

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