Julio iglesias escribió “la vida sigue igual” después de un grave accidente que truncó su carrera como deportista y casi su vida. Supo reponerse y superarse y conseguir destacar en el mundo de la canción.
Ante estas situaciones el camino más difícil, pero mejor, por mi experiencia, es el de la superación. El 2 de febrero me amputaban una pierna y me quedaba por delante meses de recuperación, precedidos de intensos y difíciles meses de preparación para tal acontecimiento. Unido a 9 horas diarias de diálisis.
Desde el primer día intenté, en la medida de lo posible, que mi vida fuera igual o mejor que antes, dentro de las posibilidades del momento, ponerme retos sin parar, superar los muchos miedos que me acompañaban, vencer a la crueldad y dureza de verse “no entero”, de mirarse al espejo y no gustarse, de pensar que muchas cosas ya no sería capaz de hacerlas.
No fue fácil, aún me cuesta olvidar los largos días de incertidumbre, estupor ante lo que se avecinaba, las lágrimas derramadas por el terror de la vida que se me presentaba o al hacerse realidad toda esta pesadilla al tocar el muñón en quirófano por primera vez, tanto que fue como si se parara el mundo unos segundos. Cómo se me retorció el corazón el primer día que Amelia me pidió que le cogiera en brazos y no podía o como sabiéndome amado y querido hasta el infinito y más allá, me daba rabia infinita ser absolutamente dependiente los primeros días. Son sensaciones que jamás olvidaré.
Y esto abrió el baúl de los recuerdos. Otra vez me perseguía un fantasma, fantasma que me acompañó hasta pasada la adolescencia, demostrar que era capaz, al menos, de hacer lo mismo que los demás, sino más. Trabaje mucho esto, para que las metas conseguidas y los retos superados, fueran para mi, para crecer yo, para ser la mejor versión de mi mismo cada día. Crecer comparándome con otros al final me iba a hacer pequeño y no me iba ayudar en este hora oscura por la que me tocaba transitar.
Así, luchando conmigo, no contra o comparado con nadie, he ido consiguiendo avances, logros, metas, que algunos de ellos nunca pensé conseguir, otros no tan pronto y todos ellos, me han dado una felicidad, seguridad y confianza en el futuro y sobre todo en el presente, que ha sido un regalo.
Una vez más doy gracias a Dios, a mi Equipo SAP, mi familia y todos los que me empujáis por estos meses tan duros, tan crueles, tan increíbles si me lo dicen hace dos años, pero de tanto crecimiento personal, familiar y la unión del Equipo SAP, que si ya era fuerte, ahora es increíble. SAP de Sara, Amelia y Pablo.
Sara ha tirado de la familia y del carro como sólo las grandes heroínas y las personas más geniales saben y pueden hacer. Ha superado con creces el juramento que hizo un 23 de junio de 2012 de “en la salud y en la enfermedad”. Ni yo contaba con algunos de los sucesos que han venido desde ese día mágico. Contaba con perder a Taurino, mi último trasplante, pero no la pierna y la otra cuando llegue. Y su actitud, su entereza y su amor, han sido la prueba más clara de que hay personas maravillas. Cada elige esta aventura y cada día con amor. Sólo puedo dar gracias a Dios por ella y siempre me quedaré corto.
Amelia, con sus dos años y medio, con su nervio heredado, con su no parar genético y ahora también su no callar aprendido en casa, nos ha enseñado cómo en la vida las cosas se pueden, y deben, aceptar de forma muy sencilla y así convertir en magia cada día. El cariño con el que trata a Blas, el muñón, como si fuera uno más de casa. Su eterna sonrisa y su carácter maravilloso, han ayudado a que todos nuestros miedos de cómo llevaríamos esta ventura, se hayan disipado rápido. Pero incluso miedos míos, de cosas que no sabría si podría hacer a corto plazo, como cogerla en brazos, ella me lo ponía fácil. Una vez quiso que le llevara a hombros porque lo vio en otro padre y yo antes lo hacía, al decirle que no podía por no tener pierna, ni prótesis aún, me dijo con un gesto de sus manos manifestándome que no me preocupara: “vale papá”, me dio un beso y se fue. ¿Que hacer ante eso? Pues recoger la lágrima que cayó y sentirme dichoso. Puro amor.
Nadie nos enseña a vivir la enfermedad, pero la enfermedad nos enseña a vivir el resto de cosas de la vida. Por ello, toca hacer las paces con nuestra realidad, con lo que somos, y hacer de ese yo una versión mejorada cada día, crecer como personas y cada día acostarnos sabiendo que hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos para ser felices y un mundo mejor. Al fin y al cabo, no podemos, yo al menos no puedo, permitirme el lujo de esperar a los días de bonanza para ser feliz, porque, ¿llegarán esos días? No lo sé. Pero si puedo hacer todo por ser feliz hoy, mañana por el día de mañana y así, cada día, hacer que sea mejor.
Con trasplante o sin el, con dos, una o ninguna pierna, con la enfermedad que sea o el problema que toque, la vida no nos va a esperar, no hay un descanso para que nos recuperaremos y sigamos. Nos toca esforzarnos y reengancharnos al tren si queremos vivir la vida o podemos dejar pasar el tren y quedarnos tristes donde estemos. Porque la vida sigue igual y somos nosotros los que tenemos que adaptarnos a ella.
En conclusión, como habéis leído, ¡soy un tipo con suerte! A por la vida con optimismo y una buena y sincera sonrisa.
Os dejo un vídeo resumen del verano, aunque algunas cosas ya las habéis visto, que nuestra lo afortunado que soy.