Nubes ceñidas a la sierra, bien agarradas a la llanura, tanto que desde un cercano otero no se veía más allá de unos pocos metros. Todo hacía presagiar que no iba a escampar.
Así empezaba nuestro verano. Entre el recuerdo del pasado reciente del covid y los presentes rebrotes; mis achaques de salud, con la pierna que de momento aguanta, las noticias de la dificultad de un ulterior trasplante; la dudas sobre la economía ya que somos los dos autónomos, etc. Todo hacía presagiar que no iba a escampar.
Pero como pasa muchas veces, a media mañana empieza una brisa, que poco a poco empieza a empujar las nubes, se sueltan de la ladera, se asoma el otero de nuevo y tímido sale el sol.
Igual que cuando asumimos los problemas. Al principio todo son nubes negras, sin solución, sin posibilidad de que salga el sol. Negamos incluso que eso pueda estar pasando. Pasan la horas, los días y a veces incluso las semanas y nada cambia, todo sigue igual, pero no es así.
Un día al llegar el ocaso y la hora de ir a dormir, recordamos haciendo balance del día, que no hemos pensado en ese problema, se nos ha pasado el día sin agobios. Es la suave brisa que empieza a empujar esas nubes negras.
Porque hemos aceptado, digerido y asumido el problema, la nueva situación o lo que fuere. Es en ese momento cuando empezamos a ver las cosas con claridad. Puede que con pesar, ya que no siempre es algo apetecible, pero al menos con serenidad.
Y es en ese momento cuando puede salir el sol, cuando por fin podemos disfrutar de la vida, nueva vida, por los cambios, pero disfrutar.
Para mi no fue fácil asumir que era intolerante a todos los cereales, ni a los pocos meses la pérdida de Taurino y vuelta a diálisis, ni a los pocos meses que me dijeran que iba a perder una pierna, ni a los pocos meses que me dijeran que es fácil que pase casi todo lo que me queda de vida en diálisis. Sólo veía niebla y nubes de tormenta.
Pero una vez más gracias a la suave brisa, pero fuerte y robusta del equipo SAP y la fe y otra suave brisa de mi familia, amigos y todos los que me ayudáis, despacio, con su tiempo, esas nubes fueron alejándose casi sin darme cuenta y empezó tímido a salir el sol.
Conseguimos disfrutar de lo posible, del hoy, de lo que podemos y de lo que somos. Aunque no es fácil, conseguimos dejar los agobios por adelantado, como si fueran abrigos de lluvia, guardados en el armario ya que al final no iba a llover de momento y ya los cogeremos cuando llueva.
Así, la vida volvió a ser maravillosa cantando bajo el sol. Pero sin duda alguna, lo será cuando las cosas no vengan exactamente como queramos y nos toque bailar y cantar bajo la lluvia de la adversidad. Ya estamos preparados, nos ha tocado entrenarlo y ensayarlo. Porque la felicidad, tiene mucho de actitud.
Porque sin duda alguna ¡soy un tipo con suerte!