Cuando menos es más. Un trasplantado.

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Todos nos imaginamos la vida ideal, como una vida sin problemas, con salud, con amigos, con comodidades, sin apreturas. Pero eso no siempre se cumple.

Primero porque todos tenemos nuestras batallas en la vida. Físicas, emocionales, laborales, etc. Es algo de lo que nadie de los que por aquí vagamos se libra, salvo los niños en sus primeros años de vida, que su preocupación es si juegan, comen o duermen.

Y segundo, porque por mi experiencia es algo muy enriquecedor. Sin juzgar, normalmente una vida lineal, suele ser una vida poco exprimida. Cómoda, pero poco vivida.

A veces para valorar las cosas, o al menos para darles el valor adecuado, tenemos que vivir su ausencia. Tanto es así, que sabemos que estamos saciados porque hemos tenido hambre, que tenemos calor porque hemos tenido frío, y que somos felices porque hemos sido infelices.

Por ello a veces la adversidad, en mi caso la enfermedad, te ayuda a no mirar para atrás, o mirar poco. Para asumir el futuro como venga, preparado para las peores batallas y así paso a paso ir acumulando victorias que a veces parecían imposibles.

La ausencia de lo que a veces se dice que da la felicidad, como la salud, te ayuda a valorar hasta la cosa más nimia, más pequeña, más insignificante, aspectos que en condiciones normales pasarían desapercibidos. A dar un valor a cada muestra de afecto, como si fuera la última, porque como el gran guerrero, también necesitamos nuestra dosis de cariño.

El futuro incierto, con la perspectiva de la muerte o de experiencias duras que nos aguardan en el horizonte, ayuda a devorar, saborear y exprimir cada segundo de la vida. Sacarle jugo hasta de las circunstancias que parecen estar secas. Haciendo así de la vida una experiencia maravillosa, llena de emociones y en el que cada día se vive con tanta intensidad como si fuera más de uno.

Esa poca seguridad en el futuro y ese valorar las cosas de forma especial, hace superar la condición finita y limitada del hombre y superarnos a nosotros mismos, crecer exponencialmente ante el castigo y alcanzar metas que en teoría eran inalcanzables al inicio del camino.

Por eso, siendo duro, a veces en exceso, es por lo que muchas veces doy gracias a Dios por mi enfermedad. Porque ello me hace y obliga sacar la mejor versión de mi mismo cada día. Superarme ante una adversidad tras otra y cada vez mayor. Y hacer magia y convertir lo insuperable en un obstáculo; lo imposible en posible, lo inimaginable en real; hacer de la vida un fiesta diaria, porque no sabemos que nos deparará el mañana y cada baile puede ser el último.

Y no lo digo por su parte negativa, al revés, por la parte buena. La parte de disfrutar de cada baile, con mayor o menor energía según el día, pero con la alegría y la gratitud del regalo que es estar vivos.

Y se refleja muy bien en la canción “mi héroe” de Antonio Orozco, que descubrí hace poco gracias a mi buen amigo Nacho.

Cómo veis, con algún sacrifico, pero no saco más que beneficio de mi padecer. Parte de ese beneficio es el aluvión de mensajes de cariño que recibo cada semana; el poder ofrecer mi sufrimiento; poder ayudar cómo me decís mucho con los post y vídeos; y sobre todo el crecer como persona con el equipo SAP ante cada nueva adversidad.

Por eso no dejo de dar gracias cada día y de decir, consciente del significado de cada una de las palabras, que ¡soy un tipo con suerte!

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