Mirando al cielo. Un trasplantado.

“A veces miro al cielo con dudas, con miedo, con vértigo ante lo que pueda venir.[] Y decido enfrentar cada día con la ilusión, franqueza, naturalidad y sobre todo alegría y la pasión de Amelia, de los niños cada mañana.” Mirando al cielo. Via @untrasplantado

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A veces miro al cielo con dudas, a veces miro al cielo con miedo, a veces miro al cielo con vértigo ante lo que pueda venir. Son escasos los días, gracias a Dios. Pero son.

Últimamente dos médicos del hospital clínico de Madrid, me han recalcado que moriré joven. Y eso no me apetece nada. Quiero hacer millones de planes con Sara, envejecer juntos y ya en la ancianidad, con una vida entera compartida, pasar a la casa del Padre. Quiero ver crecer a Amelia, poder ver como se hace, Dios mediante, una persona de bien, una persona que merezca la pena estar a su lado, que sea una niña que crece normal y feliz. Quiero compartir mucho con otros muchos.

Todas las operaciones que llevo, que se multiplican cada año, todas las secuelas, cada vez cirugías más complicadas, me dan vértigo. Un día soñé que era el preludio de una muerte anunciada, siendo joven, como me dicen los médicos.

Son sentimientos que vienen a mi corazón y a mi alma de Pascuas a Ramos o menos incluso. Pero esos días que vienen son duros, atenazan, crean una desazón grande. Ante esa sensación, que me recuerda mucho a Getsemaní en la película la Pasión, siempre reacciono igual, agarro el rosario con fuerza y rezo. Y gracias a Dios, nunca pasan del atardecer de ese día duro.

Y rápidamente me viene a la cabeza un giro de mente. Recuerdo que tenía que haber muerto antes de un año de nacer, que todos los problemas de salud por los que he pasado, hace no muchos años, no eran solventables. Que llevo 22 años de regalo por tres familias que me han donado 3 riñones, que llevo 8 años ganando vida en diálisis a precio alto, por el sueño de mejorar la vida a personas que no conocen de los investigadores. Y en ese momento decido desear ser como mi abuelo Eleuterio, un santo en vida, que estaba muy malo y al que un día, su cuñado, Aurelio, le dijo: “Eleuterio a este paso nos entierras a todos.” Y enterró a casi todos.

Decido no hacer conjeturas y agradecer a Dios cada día haciendo todo lo que pueda por mejorar la sociedad desde mi tarima, en sentido figurado, porque ya no hay, enseñado a mis alumnos, intentando ser más maestro, que enseña la materia y de la vida, que profesor, que sólo enseña la materia; desde la silla en la que me siento a atender a mis pacientes de fisioterapia a intentar curarles, mientras hablamos de lo divino y de lo humano; desde la silla que me dejan en cada conferencia o testimonio, ya sea a una empresa del ibex, un fondo de inversión, un grupo de jóvenes queriendo comerse el mundo o de niños en el inicio de sus vuelos en la vida, fuera del escudo protector de sus padres; desde estas teclas que ahora de forma estructurada presiono y que, gracias a Dios, muchos decís que os ayudan, y que serán un legado para Amelia el día de mañana y para intentar ayudar a los demás; desde mi mesa de estudio donde termino de preparar la defensa de mi tesis doctoral, siempre quise devolver al mundo y a la ciencia lo que investigadores sin conocerme hicieron por mi.

Y decido enfrentar cada día con la ilusión, franqueza, naturalidad y sobre todo alegría y la pasión de Amelia, de los niños cada mañana. Y encima, con la certeza, por mi experiencia, que recibiré el ciento por uno de cada cosa que haga por otros. Que generosa es la vida, que grande es el Señor.

Y vuelvo a agarrar mi rosario y mirar al cielo y vuelvo a ver miedo, dudas y vértigo, pero ahora como el niño que al dar la mano a su padre, se le pasan todos los miedos, con la confianza de que será para bien. Dios me regaló un tesoro, Sara y de ese tesoro, vino nuestro mejor regalo, Amelia. Y de ahí, el Equipo SAP, lo que me dio unos cimientos sólidos, fuertes, con sus grietas, debido a las altas tensiones que la vida nos ha sometido, pero con la firmeza de la obra bien hecha, bien soñada en la eternidad por Dios. Y en esos cimientos veo a mis padres como rocas sólidas que nunca fallan; a mis amigos, otra roca estable y fuerte que siempre aparece; a mi familia, que es otra piedra fundamental de toda la vida; una reciente, los compañeros de la Universidad Francisco de Vitoria que tan fácil me hacen siempre todo y tanto aprecio me ofrecen. Y ahora ha aparecido otra, los que me leéis, veis, rezáis y hasta queréis sin conocerme, sólo por contaros quien soy y como vivo. Que me pagáis con creces renunciar a una parte de mi intimidad, al recibir a cambio tanto cariño, que al menos la mitad de los días de cada semana me emociono por tanto como recibo. Los que dais sentido y trascendencia a mi padecer.

Y vuelvo a mirar al cielo y veo que éste ha tornado del miedo de la noche, a la duda del cielo encapotado y ulteriormente a la alegría del cielo despejado e impresionante de un atardecer en la playa. Miro agredido, feliz, con ilusión, fuerza y la pasión que se necesita, ya que me falta la fuerza, para querer comerme la vida, exprimir hasta el último minuto, con el rosario en la mano, dando gracias a Dios y ofreciendo por todos cada cosa que hago, con la certeza de que cada día soy ¡un tipo con suerte! ¡Con mucha suerte!

Termino de escribir estoy y como si fuera un presagio, me entero de la muerte de Jorge, compañero del colegio, con 45 años. ¡Va por ti, DEP!

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