Nacimos para ser felices, no perfectos. Un trasplantado.

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Esta maravillosa frase, tan rompedora y regeneradora, que tira por tierra muchos de los cánones de la sociedad actual respecto al éxito y la felicidad, la he visto adjudicada a San Juan Pablo II, pero no he encontrado donde, ni cuando lo dijo. Lo que si he encontrado al investigar, es que forma parte de la siguiente oración:

Nacimos para ser felices,
no para ser perfectos..
El amanecer es la parte más bonita del día
porque es cuando Dios te dice: ¡ levántate !
Te regalo otra oportunidad de vivir
y comenzar nuevamente de mi mano.
Los días buenos te dan FELICIDAD,
Los días malos te dan EXPERIENCIA,
Los intentos te mantienen FUERTE,
Las caídas te mantienen HUMILDE,
Pero solo DIOS ¡ te mantiene de pie!
San Juan Pablo II.

Y es que efectivamente, perfecto en la vida no hay nadie y nada nos hará más infelices que buscar esa perfección imposible. Ya que todo lo inalcanzable, nos producirá desazón, hastío y una infelicidad creciente, que nos perseguirá como marca de nuestros fracasos o metas no alcanzadas. Son sucedáneos de felicidad.

Hoy en día parece que la felicidad viene de la mano de un buen trabajo, una buena casa, estar en forma, muchos seguidores en redes sociales, etc. en definitiva cosas materiales. Pero ya decía Aristóteles, hace algún tiempo, que la felicidad está de acuerdo con la virtud. Bajo un triada que resume los mejores valores de la humanidad: bondad, belleza y verdad. Es decir, el hombre feliz vive bien y en consecuencia actúa bien, de acuerdo a su fin último y este, no reside en el cuerpo, sino en el alma. Por ende, podemos decir que la felicidad es una actividad del alma, es un estar bien con nosotros mismos, llevando una vida coherente, en la que todo lo material, siendo importante, no deja de ser secundario. Este camino nos lleva a la plenitud de vida, a dotar de sentido a nuestra vida y lo que es más importante, salir en su búsqueda.

Esta misma frase, podíamos darle una vuelta y decir “la vida no es para ser perfecta, sino para ser vivida y feliz”, porque, ¿Qué es una vida perfecta? viendo la televisión parece que llena de cosas etéreas, éxitos y cosas que justifiquen todas un triunfo social. Pero, ¿este éxito social suele ir unido a un éxito personal? Si analizamos nuestro orden de valores, lo que está más arriba y más abajo, veremos que todo es bueno, que el éxito social es bueno, que tener un buen coche puede ser bueno, etc. pero que no dejan de ser cosas efímeras que a la larga ni nos dan felicidad, ni nos llenan de verdad.

Si un día nos vemos obligados a prescindir de casi todo o incluso de todo por avatares de la vida, en mi caso una enfermedad, te das cuenta, que muchos de esos cánones sociales no los cumplo, que para la sociedad desde sus filtros televisivos, de series, etc. no valgo demasiado. Pero llegando al fin último de la persona, a nuestra alma, nos damos cuenta de que todo esto, no siendo malo, no es prioritario, no es vital y sobre todo, en tiempo de verdadera necesidad de fuerza interior, no llena.

Recuerdo como si fuera hoy los últimos años de San Juan Pablo II. Además de ser el Papa con el que aprendí a rezar, durante casi toda mi vida, 28 años, fue “mi Papa”, y el de muchas generaciones. Decía, que recuerdo sus últimos años, muy enfermo, luchando por viajar, por dar sus discursos, por vivir, etc. Aún me emociono recordando su visita en mayo de 2003 a Madrid. Y lo tengo tan presente, porque en aquella época, entre el 2001-2004, entre mis 24-28 años, estuve en hemodiálisis, sufrí dos trasplantes, uno duró una semana y otro, Taurino, 15 años; otras 5 cirugías, un problema grave en una pierna, etc. Y esto en la época de los metrosexuales (Cfr. RAE: «Que se preocupa por tener una imagen cuidada y moderna y está atento a las últimas tendencias«). Y en esos días duros tener un ejemplo de alguien que te dice que es un joven de 83 años, que sin fuerza física alguna, se veía que tenía un torrente de fuerza interior imparable, una firmeza en sus convicciones, una coherencias en su vivir y una confianza en Dios y en la Virgen María, que siempre fue faro para mí. Cuando la sociedad me intentaba decir que si no eras guapo, joven, rico, fuerte, etc. no valías mucho, un hombre mayor, enfermo, babeando, sacaba de su flojo hilo de voz un tornado de fuerza imparable, de verdad, de ánimo, de ejemplo, en definitiva, un ejemplo de que “nacimos para ser felices, no perfectos”.

Un prueba más, de que ¡Soy un tipo con suerte!

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