Al olmo seco. Un trasplantado.

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“[…] Demos gracias porque cuando veíamos todo perdido, descubrimos nuevos retos. Hagamos de la vida una nueva oportunidad, busquemos la alegría y creamos en los milagros de la primavera, como el viejo, astillado, carcomido y casi perdido, pero renacido olmo seco.[…])

El Duero, desde los Picos de Urbión, recorre las provincias de Soria, Burgos, Valladolid, Zamora y Salamanca, para adentrarse en Portugal y llegar hasta la impresionante ciudad de Oporto. Recorre media Castilla. Fría en invierno, abrasadora en verano y con un rudo y monótono paisaje. Pero que embriaga y enamora a quien con el crece y lo entiende, tanto, que sólo sentirlo cerca acelera el corazón. Y a la vez incomprensible para quien desde fuera lo ve, sin entender su misterio, sin acercarse a su magia y sin percibir sus horas de anónimo trabajo.

Esa misma dureza, esa monotonía, ese misterio incomprensible para muchos, es la enfermedad crónica o las muchas adversidades duras de la vida. No tiene explicación, hay que vivirlo; no tiene lógica, pero ayuda a crecer; cae como una losa, pero a la larga se aprende a ajustar el peso en la espalda y a llevarlo.

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

Como al olmo de Machado, un día empezamos a ver un pequeño resquicio de luz, un rayo de esperanza y donde todo estaba seco, donde todo era madera carcomida y seca, sin avisar, sin pedir permiso, como las cosas mágicas de la vida, aparece un atisbo de esperanza, unas hojas verdes de ilusión.

Ilusión, que desde la adversidad, nos hace crecer, nos quita los miedos o al menos los disimula. Cómo si pasáramos nuestra vida y temores por un cedazo y sacáramos sólo lo deseado, la noche se vuelve día, el miedo en valentía, la apatía en esperanza y la desidia en acción. Puede que hasta le demos un sentido transcendental a nuestro problema y acabemos dando gracias a Dios por el.

Demos gracias porque cuando veíamos todo perdido, descubrimos nuevos retos. Hagamos de la vida una nueva oportunidad, busquemos la alegría y creamos en los milagros de la primavera, como el viejo, astillado, carcomido y casi perdido, pero renacido olmo seco.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

Antonio Machado

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