¿Qué es la serenidad? según la RAE, en su primera acepción: «apacible, sosegado, sin turbación física o moral.» Así leído es una maravilla, es un don genial, pero, ¿tenemos serenidad?
Y aquí me vienen a la cabeza mil momentos malos de salud, mil días difíciles de la vida, algunos padres en apuros, a los que entiendo mejor en los últimos dos años, desde que soy padre. ¿Hay algún padre preparado para ver a su hijo sufrir? ¿Y cuando encima no podemos más que estar a su lado sin hacer nada? estas razones, son algunas de las que han hecho que toda la vida admire a mis padres. A Amelia, gracias a Dios, nunca le ha pasado nada que podamos llamar sufrimiento y no sé como reaccionaría ante una situación así, aunque si sé que peor que si fuera una cosa mía, que peor que ante mis cosas de salud, que no son pequeñas.
Por una sencilla razón, porque aunque ninguna de las dos está en mi mano, en la segunda tengo cierto control sobre como lo llevo. En la primera todo está en manos de lo que ella me dijera. Esto me lleva a seguir admirando a mis padres, pero también al equipo SAP, Sara cada segundo y Amelia, aunque aún se entere de poco, ya es admirable como actúa con cada cosa de salud. Y a mis hermanos, demás familia y amigos y todos los que me queréis bien, en definitiva a los acompañantes. Ver sufrir a alguien desde la barrera no es fácil. Imagino que ver que un hijo se va a equivocar con algo en la vida y le va a hacer sufrir y saber que no debes hacer más que estar cerca para apoyarle después de ese golpe, debe ser terrible, por eso el que está al lado, como el Ángel de la Guardia, debe tener un sitio especial en el cielo.
Ante una mala noticia, ante un evento adverso, lo primero que queremos es cambiar el rumbo de las cosas, pero a veces no depende de nosotros, a veces no está en nuestra mano, a veces sólo podemos ser espectadores y en su caso rezar y esas veces es más duro. Parece que si podemos actuar el mal será menos o en nuestra conciencia entra la paz de haber dado todo, de haber hecho las cosas lo mejor posible. Pero nada, a veces es todo, porque a veces nada es la única opción.
Hay una oración de un teólogo alemán, Reinhold Neibuhr, que me repito cada día y más en épocas malas o difíciles que es: «Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia.«
Es más fácil de recitar que de poner en práctica, pero una vez conseguido, una vez ganada esa serenidad, fruto de la sabiduría y del valor, una vez dejado nuestro problema y nuestro destino en manos de Dios, toma otra dimensión, toma un sentido, parece que tiene un para qué. No baja el dolor propio, la ansiedad por la incertidumbre ante el mal de un hijo, el miedo ante un hecho sin vuelta atrás, pero toma otro cariz, adquiere un valor trascendental y en ese momento abrazada nuestra cruz, como si nos llevaran en brazos parece que el problema pesa menos.
Por eso, me tomo la confianza de recomendar a los nuevos enfermos, a los que pasáis por problemas, a los que tenéis un hijo que sufre o una situación que escapa de vuestro control, intentad trabajad la serenidad, es un camino duro y complicado, pero con un premio excelso.
Y sobre todo, posible.
La oración original termina:
«Viviendo día a día; disfrutando de cada momento; sobrellevando las privaciones como un camino hacia la paz; aceptando este mundo impuro tal cual es y no como yo creo que debería ser, tal y como hizo Jesús en la tierra: así, confiando en que obrarás siempre el bien; así, entregándome a Tu voluntad, podré ser razonablemente feliz en esta vida y alcanzar la felicidad suprema a Tu lado en la próxima. Amén.»