“Para mala salud, más vale morirse”. Un trasplantado.

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“[…] Es el precio de vivir estando enfermo desde bebé y por ello hay que dar gracias. Podía haberme quedado en el camino y no haber disfrutado todo lo que he vivido.[…]”

Dice el refrán que “para mala salud, más vale morirse”. Y esto me trae a la cabeza un debate que llevo años teniendo en mí. ¿Cómo veis de factible llevar una vida completa y feliz en plena de enfermedad? Pensadlo unos segundos.

Por eso he elegido ese título, para incitar a la reflexión y en forma de refrán para quitarle un poco de hierro a la cosa. Para mi no sólo es una posibilidad, sino que lo vivo como una realidad en mi día a día. A pesar de que no siempre se entiende desde fuera, ni mucho menos sea fácil.

Hay mucha gente, que piensa que, para vivir enfermo, mejor morirse, que no merece la pena. La sociedad, parte de la sociedad para ser más exactos, en muchos aspectos nos empuja a pensar eso. No está de moda no estar en plena forma, no estar pletórico de salud, etc. A veces hasta puede parecer que es un lastre, una vida incompleta, que da lástima y es un error. Muchos han aprendido en estos días de confinamiento que se necesita mucho menos de lo que pensábamos para tener una vida plena y feliz, es más, muchas veces sólo es necesario actitud.

No es fácil de asumir, ni de llevar. Y menos cuando a veces se van sumando más patologías por efectos secundarios de la medicación y de la enfermedad de base, de la original. La mochila a veces pesa demasiado, es grande, nos parece inhumano llevarla, pero podemos. Somos capaces de mucho más de lo que pensamos. “Dios aprieta, pero no ahoga.”

Yo tengo un problema renal desde los seis meses, como la mayoría sabéis, y ello me ha llevado a tener más enfermedades secundarias, como por ejemplo cataratas con treinta y seis años, osteoporosis, calcificación de algunas arterias, etc. Es el precio de vivir estando enfermo desde bebé y por ello hay que dar gracias. Podía haberme quedado en el camino y no haber disfrutado de todo lo que he vivido.

Por ejemplo ahora, me ha salido un problema vascular, una arteriosclerosis, que no saben si es por la medicación, por tomar cortisona desde hace mucho tiempo o un efecto secundario del covid, que produce trombosis sistémica difusa. El caso es que se me queda un pie helado y me duele en cuanto ando cien metros, aún así hago mínimo cinco kilómetros al día. Querer (casi siempre) es poder.

Arteriografía.

Es desmoralizador, “a perro flaco todo se le vuelven pulgas”, con 43 años, a la espera de que el tratamiento que me van a dar mejore, estoy prácticamente cojo. Pero también tengo una cosa clara, hay dos caminos, el de desmoralizarse y el de asumir. El día que me enteré, y el siguiente, me dejé vagar por el primero, es importante caer y asumir cada golpe, para luego poder coger fuerza e ir a por la segunda opción de asumir sin freno y a por todas. Como un corcho, que cuando lo hundes, sale con mucha fuerza hacia la superficie.

Y cómo decía, es cualquier cosa menos fácil. Ya me han puesto el tratamiento. Tres horas al día, siete días a la semana, durante al menos tres semanas y con expectativas medias o bajas de mejora. Si sumo las horas diarias de diálisis, que son entre ocho y nueve horas al día, serán unas doce horas, casi se me ha ido el día conectado a distintas máquinas…

Como “a cualquier dolencia es remedio la paciencia”, aunque es más fácil decirlo, que hacerlo, nos hemos apretado los machos y estamos tirando del carro con fuerza el equipo SAP (Sara, Amelia y Pablo; mis chicas y yo), paseamos todos los días, yo con un bastón-silla para hacer mis paseos (cuando se necesitan, os sorprenderíais de los pocos bancos que hay para descansar en según qué zonas), buscamos cada día una cosa positiva del día y de la vida, miramos al futuro con optimismo, cada día uno enseña algo a los otros y juntos creamos familia, equipo, aprendemos a vivir, que eso es ilimitado, dar sentido y calidad a la vida.

Amelia, mi ayudante y motor de mi vida junto con Sara, con el bastón silla.

Y con ayuda de toda la familia, de amigos, unos esperados y otros por sorpresa, “échate a enfermar y sabrás quien te quiere bien y quien te quiera mal”. Una de las cosas especiales de la enfermedad es que descubres gente a tú lado que o no contabas con ellos o no los esperabas con esa intensidad y eso llena de gozo, es un regalo que hace sentir dichoso. Aunque suene a broma, la enfermedad es un regalo, es un aprendizaje continuo.

Pero sobre todo hay una razón por la que merece la pena aceptarlo. Y es que queramos o no, tenemos que vivir lo que nos viene, eso no tiene elección. Pero como he dicho muchas veces, la Cruz de cada uno, aceptada, abrazada y querida pesa menos que arrastrada.

Para mi como creyente, desde la incomprensión muchas veces de porqué me pasan las cosas, si tengo claro que “el mal bien sufrido, para el cielo abre camino”. Como os conté una vez, mi lema desde años es una frase maravillosa de Benedicto XVI en 2014: “la locura de la Cruz es hacer del sufrimiento un grito de amor a Dios”.

Yo no quiero ninguno de los males que me van viniendo. Es más, pido muchas veces por no tenerlos -me consuela que Jesús también lo hizo en Getsemaní, al pie del Monte de los Olivos-. Pero si tengo algo claro, es que cada prueba de la vida me hace más fuerte, me hace más humano y me hace más humilde, ya que he comprobado con los años “que el hombre propone, pero Dios dispone” y que muchas de las cosas más duras y que menos entendemos y rechazamos de nuestra vida, a la larga, con perspectiva, una vez asumido, digerido y aceptado, nos han hecho mayor bien, que mal.

Getsemaní, a los pies del Monte de los Olivos

Por eso quería daros las gracias por tanto apoyo y ánimo, pero sobre todo dar las gracias a Dios por tanto cariño. Una vez hablando con una persona muy especial, el Pilun (P. Ilundain), me quejé de que me pasaran tantas cosas a mí. Estaba en séptimo de EGB, corría el año mil novecientos noventa. Yo siempre he sido un gran amante de La Legión y me dio una respuesta genial, como siempre en él: “Pablo, en el ejército hay soldados, cabos, capitanes y generales y cada uno requiere un entrenamiento especial para su nivel, más exigente según se sube en el escalafón”, pues bien, si Dios da sus batallas más difíciles a sus soldados más queridos, deduzco que a mi me tiene en gran estima y que a este paso quiere que llegue a General Jefe de la Brigada de La Legión.

Por eso, aunque suene irónico por tanto sufrimiento físico, le doy gracias a Dios cada día por mi enfermedad, no por gusto o masoquismo, sino por todo lo que me enseña y hace crecer. Eso sí, a base de sangre, sudor y lágrimas.

¡Soy un tipo con suerte!

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