La libertad. Un trasplantado.

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Lunes 21 de junio de 1993. El mundo se para, las voces se alejan, el miedo me atenaza, la incertidumbre me invade, los voces vuelven. ¡No era un sueño! En unos meses me vería obligado a empezar diálisis.

En un momento, como un castillo de naipes, todas mis ilusiones, mis planes y mis sueños se venían abajo. Llegaba el verano y de repente mi vida pasaba de ser jugar al fútbol, montar en bici, hacer alguna acampada, ir a las fiestas de algún pueblo, charlar bajos las estrellas en la nava, etc. a estar limitado físicamente; limitado médicamente; y limitado por el miedo de la nueva realidad. Era preso de mi salud.

La libertad, tan deseada y esquiva, soñada e imaginada, se me escapaba como el agua entre los dedos. Si es difícil ese paso, más en la adolescencia. Soñaba con que fuera un mal sueño, con que mi nueva realidad, no fuera real.

Pasados los días, días eternos de lloro y desazón, de incomprensión y rabia, vinieron los días de negación. Negación ante la vida y ante Dios. Con la primera hacia lo que quería y el segundo no existía para mí. ¿Cómo iba a existir y darme a mi esto?

Somos libres de actuar y de pensar. Ya decía Don Quijote “la libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”. Pero en esa libertad, tiene un gran espacio el error. Y el acierto. ¿Qué pensamos de la libertad interior incluso en reclusión exterior? ¿No es acaso la más grandes de las libertades? Una de las cosas que siempre me han impresionado y admirado, son las personas que han sobrevivido a un campo de concentración o algo parecido y decían sentirse libres. Curiosamente todas tenían un porque, un sueño, que les ayudara a vencer casi cualquier como, señalaba Viktor Frankl en su libro el hombre en busca de sentido.

Y no menos atinada es su aseveración sobre la libertad: “entre el estímulo y la respuesta hay un espacio. En ese espacio está nuestro poder de elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta yace nuestro crecimiento y nuestra libertad” Viktor Frankl

Ahí estaba el punto de inflexión en mi vida. Tuve una primera reacción, desatinada pero lógica, de rabia y no querer aceptar la realidad como era, preferí mirar para otro lado. Pasadas las semanas, vi que era mejor cambiar de rumbo, exprimir la vida y hacer de cada momento algo más especial. Como el preso que al tener un sueño se le rompen las cadenas de su libertad interior a pesar de estar encerrado. ¿No es más libre éste que el que tiene todo y vive esclavo de sus necesidades impuestas tras sucesivas elecciones de su libertad?

Al enterarme que tenía que ir a diálisis lo perdí todo. Hasta la Fe, la ilusión, los sueños, etc. y no pocas veces viví con caretas. Pero tuve la suerte de ver la luz de la esperanza con el tiempo. Me di cuenta que tenía la suerte y la oportunidad de llenarme otra vez, pero de cosas grandes, de cosas que me hicieran crecer. Pude optar. Pude ser libre dentro de la celda de la salud, de la mala salud.

Una de las cosas que me comenta gente que les llama más la atención de mi actitud ante la enfermedad, es el vivirla con alegría y gratitud. La explicación es sencilla o tan compleja que suena sencilla. Es aceptarlo, asumirlo y una vez digerido, como digo muchas veces, la Cruz aunque pesada, abrazada parece que se lleva mejor.

No hay nada que corte más la libertad y nos aleje más de la felicidad que el añorar lo que no tenemos. Añorar estar sano, sería para mí la mayor desgracia de mi vida, nunca lo estaré. Asumir que estaré enfermo siempre y desde ahí construir un mundo maravilloso, sin limitaciones en el que poder ser libre y feliz, es todo uno.

¿Sin limitaciones? Sin limitaciones. ¿Quién limita al pájaro a salir de la jaula en la que lleva toda la vida teniendo la puerta abierta? Sin miedos, con inercias, pensar que teniendo comida y agua y poder cantar tiene todo hecho es libre y hace lo que quiere. Y no es mentira. Pero podría hacer tantas cosas y volver al confort de su jaula después de volar entre los árboles, dándole el sol en sus bonitas plumas, etc. pero para ello tendría que salir hacia lo desconocido. Tendría que renunciar a las ataduras de la comodidad y ese es uno de los pasos más difíciles que hay en la vida. En mi caso, tengo ciertas limitaciones de salud, pero eso no me limita para que cada día me levante deseando comerme el mundo, disfrutar cada segundo y hacer de la tierra un mundo mejor. A mi ritmo, obviamente no al mismo ritmo que cuando estaba trasplantado o al ritmo de una persona sana.

“Los que no se mueven, no se dan cuenta de sus cadenas” Rosa Luxemburgo

¿No somos muchas veces esclavos de vidas cómodas o de nuestros miedos? Mejor romper esas cadenas internas y dejarnos fluir por el mundo que podemos transitar. Una de las cosas que mas miedo da de ser libre es tener que decidir y eso conlleva responsabilidad. Lo contrario, sería libertinaje, no es bueno y no nos haría crecer.

“La libertad no consiste en hacer lo que nos gusta, sino en tener el derecho a hacer lo que debemos” Papa Juan Pablo II

Y es que no es fácil. El buen soldado no es el que no tiene miedo, ese normalmente cae pronto por imprudente. El buen soldado tiene miedo y lo supera. Eso mismo pasa en una enfermedad. ¿Miedos? Todos los días. ¿Incertidumbres? Todas las que podáis imaginar. ¿Pesares? Infinitos. Pero aún así en un ejercicio de superación, se asume lo que toca y ese día se gana la libertad; el camino sigue siendo igual de duro, pero al saber que el destino es ser libre en la desgracia, feliz en el dolor (bien entendido), completo en la enfermedad y seguro ante el temor, se alcanza la libertad. No siempre de vida, por ejemplo, ahora tengo doce horas de tratamiento al día, pocas cosas más cercanas a una cárcel. Pero si de espíritu.

Pero la libertad interior que tengo, el contrapeso a la debilidad que hacen mis chicas y la fuerza que me da Dios, hacen que esas ataduras físicas sean el primer eslabón de la cadena que me lleva a libertad y de ahí a la felicidad. La jaula está en la cabeza. Porque ambas son una actitud, en la que hay que actuar con decisión, sin temor, y siempre, cada día, dando gracias, porque somos afortunados, porque la enfermedad es una de las mejores maestras que hay. ¿Os imagináis ser filósofos y aprender de Aristóteles? ¿Médico y poder escuchar a Galeno? Pues es como ser hombre y aprender de la enfermedad. Ahí fue clave darme cuenta también del empuje y el cariño que me tenía Dios al darme esto. No todo el mundo tiene tan gran maestra y tan joven.

“El que ha superado sus miedos será verdaderamente libre” Aristóteles

¡Soy un tipo con suerte!

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