¡Queridos Reyes Magos!
Estas tres simples palabras unidas esconden toda la grandeza de la vida, la magia del ser humano que perdemos al crecer. El tesoro de ver a los niños perder el sentido con la magia de la Navidad y la Epifanía. Su fe infinita en lo que se les cuenta.
Recuerdo de pequeños, en Las Navillas, un pueblo de Segovia, ver en la cuerda de la Mujer Muerta, una montaña, la lanza de Baltasar como decía mi padre.
Una de las cosas más curiosas de nuestro caminar, es que si miramos hacia delante, inconscientemente anhelamos cosas materiales, reconocimientos; si miramos para atrás, recorriendo nuestra vida como si mirásemos a un espejo retrovisor, veremos que lo que queda guardado es inmaterial, son personas, gestos, experiencias, etc. Nunca cuanto costó, cuanto lo reconocieron o cuanto impresionó.
Por eso, ¿cuánto ganaríamos si intentáramos acercarnos al niño que fuimos? Como decía Chesterton: «Cuando el alma es realmente sencilla, puede estar agradecida por todo, incluso por la complejidad«. Esa es la realidad de un niño, que sin dudar ve una lanza porque su padre se lo cuenta, que deja comida para SS. MM. los Reyes Magos y sus camellos con fe ciega en lo que hacen.
Con esa magia, de la nada, hacemos todo y de ese todo, llenamos hasta el último poro de nuestra vida. Y cuánto nos cuesta de adultos vivir así la vida cuando sería mucho más sencillo.
Yo le pido a SS.MM. los Reyes Magos, en concreto a Melchor, siempre fue mi preferido, que me regale unas gafas, pero no unas cualquiera, sino unas con cristal de niño y patilla de imaginación infinita. Para saber hacer de la vida un juego y del dolor un baile. Así, si me falta una pierna, pedirme ser el pirata pata palo y ser el más feliz en mi papel. Y no centrarnos en lo malo.
¿Fácil? ni mucho menos, ¿posible? sin duda.
Esto me hace cada año dar más gracias que pedir. Aunque me encantaría un riñón o una tregua de la vida. Pero como estás cosas vendrán cuando tengan que venir, prefiero disfrutar de lo que tengo, ser feliz con mi vida y prepararme para lo que venga. Los acontecimientos que vivimos, que muchos no los entendemos, nos van preparando para la próxima fase, para la siguiente batalla.
Por eso, en palabras de uno de los grandes, os dejo estos maravillosos versos:
“Agranda la puerta, Padre,
porque no puedo pasar.
La hiciste para los niños,
yo he crecido, a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta,
achícame, por piedad;
vuélveme a la edad
aquella en que vivir es soñar.»
Miguel de Unamuno.