“[…] aunque parezca mentira, aunque la vida de un enfermo crónico sea un montaña rusa, en la que no sabes con que dolor vas a convivir cada día, puede llegar a ser un regalo y ser una vida genial. […]”
Muchas veces me habéis preguntado algunos que por qué acabo muchas de mis entradas, o pongo en muchas de ellas que soy UN TIPO CON SUERTE.
La verdad es que choca, a mí desde fuera creo que me chocaría también verlo. Alguien que pierde un trasplante y dice que tiene suerte. Pero a la vez, aunque parezca mentira, aunque la vida de un enfermo crónico sea un montaña rusa, en la que no sabes con que dolor vas a convivir cada día, puede llegar a ser un regalo y ser una vida genial.

Si, has leído bien, un regalo. El problema es, desde mi punto de vista y como lo vivo yo, EL ENFOQUE (o la capacidad de resiliencia, que me gusta más, es de mis palabras preferidas del diccionario). Obviamente, habrá gente, enfermos incluso como yo, que les parezca absurdo.
Como escribí hace unas semanas, volver a diálisis después de 15 años y 21 días es una faena y muy gorda, es más, a nivel anímico, el jueves 26 de septiembre de 2019, día en que tuve la primera sesión, fue uno de los peores días de mi vida, ya que se unió el volver a diálisis, con dos cirugías el mismo día, que aunque pequeñas, ya me dejaron tocado físicamente.

Desde este prisma es una faena. Pero si en lugar de haber nacido en 1977, hubiera nacido antes, lo más normal es que me hubiera muerto. ¿Cambia la película, verdad? La primera diálisis se hizo en 1943. Si hubiera recaído en 1940, ya no estaría aquí y no me podrías leer. Por otro lado, al nacer en el 1977, lo que hoy es un problema que se detecta intrauterinamente, y no causa lo que me ha causado a mi, me ha supuesto estar esperando el cuarto trasplante y llevo encima 23 operaciones y 4 años en dialisis y subiendo. Éste último es un ejemplo de mala suerte, pero a la vez, mi destino era morirme antes de cumplir 1 año, ya que la nefrología infantil no estaba desarrollada lo suficiente por aquel entonces. Pero mi padre, médico, movió Roma con Santiago (imagino porque le conozco, pero yo tenía meses y no lo recuerdo) y encontró al Dr. Gil-Vernet, uno de mis héroes, que de lo imposible, hizo magia y me salvó la vida y aquí sigo, 42 años después.

Como veis, tengo ejemplos de buena suerte, de mala, para alegrarme y para quejarme de la vida que me ha tocado. Pero llegados a este punto sólo me quedan dos opciones, la primera lamentarme y quedarme en casa llorando de lo injusta que es la vida o la segunda, ponerme el mundo por montera, «parar, templar y mandar» y hacer la faena de mi vida, torearla yo, no que me lleve el desanimo, que el dolor caiga derrotado en el tercio del optimismo, que el desanimo haga lo propio en el tercio de la familia y la amistad y que todos los males sean derrotados por la fe y la esperanza, en que lo que venga, siempre será para mejor aunque no lo entendamos o cueste verlo.
La enfermedad me ha dado capacidad de lucha, de empatía, de aguante, de ser feliz con lo que tengo, sea esto lo que sea. Me ha dado la oportunidad de tener un montón de gente que a lo largo de mi vida me han acompañado y rezado por mi – algunos incluso sin conocerme- siendo éste el regalo más grande que podemos dar.

Tengo una mujer, Sara, que en mis mejores sueños idealistas de adolescente, me quedaba corto soñando con mi mujer ideal, al lado de realidad viviente que es ella. Por su fuerza, su empuje, su alegría y su saber llevar esta travesía por el desierto. Una hija, Amelia, 10 meses, que parece que entiende que algo me pasa y cada día es más cariñosa y delicada conmigo. Ambas me devuelven cada día la fuerza que la salud que me roba.
Unos padres a los que habría que hacer un homenaje. Mi padre con una fortaleza alucinante y mi madre, un ejemplo, como la Virgen María, siempre sin hacer ruido, pero siempre ahí. Podrían haberme hecho un niño mimado insoportable, pero me educaron igual que a todos los demás. Eso no tiene precio. Siempre he valorado y admirado muchísimo lo que han debido pasar con mi enfermedad, soy el cuarto de cinco hermanos y me tuve que ir con mi madre a Barcelona a operarme y estar alli mucho tiempo, no se cuanto y quedarse los demás en Madrid, el mayor tenía siete años. Pero si siempre les admiré, nada comparado con lo que les admiro ahora que tengo a Amelia y me imagino lo que debe ser verla enferma y con operaciones importantes desde antes del año y rozando la muerte varías veces y sabiendo las vivencias sanitarias que le quedarán en el futuro.
Mis hermanos, siempre me han llevado en volandas y mi enfermedad ha sido algo normal en casa, nunca he sido especial o el raro, he sido uno más. A lo mejor han dejado de recibir atenciones que en otras circunstancias hubieran recibido, pero siempre lo han aceptado y no he podido sentirme más querido. Muchas gracias a los cuatro.
Mis padrinos, que me han ensenñado tanto. Mís tíos, primos, etc hasta aquí son los fijos, los de casa. Luego mis amigos, unos toda la vida, otros épocas, los conocidos y hasta los desconocidos que me escribís, pero cada uno dejando su huella, me han (habéis) ayudado a hacer fácil lo dificil, posible lo imposible, y ser feliz, cuando parece que es inalcanzable.
A pesar de que el tiempo de Taurino acabó, por esto y muchas más razones, digo muy alto y convencido y lo siento de corazón: «SOY UN TIPO CON SUERTE. PERDÓN, CON MUCHAS SUERTE».