Un nuevo mundo. Un trasplantado.

“[...] Con cariño, escribo esto a las personas con nuevo diagnóstico de enfermedad, que pasan a vivir un nuevo mundo. Mundo distinto, que no tiene porque ser peor. [...]“

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“[…] Con cariño, escribo esto a las personas con nuevo diagnóstico de enfermedad (o gran problema), que pasan a vivir un nuevo mundo. Mundo distinto, que no tiene porque ser peor. […]“

El 12 de octubre de 1492, pasadas las 2 de la mañana, desde «La Pinta» gritaban tierra la vista. Veían Guanahani, bautizada como San Salvador. Acababa una historia que se había construido durante muchos años y que zarpó de España, del Puerto de Palos, el 3 de agosto. Imagino que los motivos de los que se embarcaron en dicha hazaña serían diversos. Gloria, una oportunidad, huir de un pasado no querido, aventura y a lo mejor alguno obligado. Y lo que era un viaje a las Indias, acabó siendo el descubrimiento del nuevo mundo, el Descubrimiento de América. Hecho que tardaron, según algunos escritos, hasta 1507 en darse cuenta que no eran las Indias, por no estar unido a Europa.

Después de una temporada encontrándote cansado, raro, distinto, apático, sin saber porqué, pero tampoco sin saber ponerle nombre, un día vas a consulta y como Rodrigo de Triana que gritó ¡Tierra a la vista!, así tú médico te cuenta tu nueva enfermedad (o una circunstancia adversa de la vida). Bienvenido al nuevo mundo, a tu nuevo mundo. Ni querido, ni deseado, pero no hay opción.

Igual que imagino que los primeros descubridores cuando llegaron a América, te toca ir descubriendo todo, hacerte a nuevos usos y costumbres, cosas que puedes comer, medicación que tomar, cosas a las que renunciar, etc. Es un camino duro, muchos españoles cayeron, pero algunos consiguieron gloria, como gloria conseguimos los enfermos al adaptarnos, aceptar, asumir y saber llevar nuestra enfermedad, hasta la cura si la tiene o hasta nuestro óbito si es crónica. Habrá miedos, dudas, incertidumbres, pero tampoco los exploradores estuvieron privados de ellos.

Se te cayó el mundo encima el día que te enteraste que pasabas a formar parte de los enfermos, pero luego se puede vivir muy bien. Sólo hay que saber aceptar la nueva situación, saber nuestros límites y afianzar los puntos que son fortaleza. Hacer un fuerte en la isla conquistada, en cada meta lograda. Llorar cuando se necesite. Como el agua de una riada, que busca por donde fluir, aunque le hayamos puesto trabas, el dolor no expulsado, no llorado, acaba saliendo. Y si sale por su cuenta, después de tiempo retenido, suele ser peor, más duro y hasta patológico. No se es menos por llorar, por pedir ayuda, por estar más débil. Al revés, esa aparente, y real, debilidad externa, suele estar acompañada de una fortaleza interna grande.

Igual que cuando empezaron a caminar por tierra después de dos meses embarcados, sin hacer ejercicio, con mala alimentación, los aventureros tendrían agujetas hasta que se fortalecieron. Nosotros a base de caer y levantarnos, llorar y reír, vamos entrenándonos, vamos siendo cada día más capaces de llevar y vivir con nuestro problema. Hasta que un día hacemos de la adversidad oportunidad, de lo duro algo transcendental y ese día cambiará tu vida.

No es fácil la enfermedad, no es sencillo llegar a ella, no es cómodo aprender a «ser amigos», pero es posible y acaba uno reforzado. Querido nuevo compañero de enfermedad, sea cual sea la tuya, te mando mucho ánimo, mucha fuerza, mucha oración y te digo: es posible tener una vida completa, digna y muy feliz, a pesar de las infinitas limitaciones y duras pruebas que te esperan.

¡Fuerza y ánimo!

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