Viernes Santo.
Gracias, gracias Jesús por mi sufrimiento y dolor, por mis miedos e incertidumbres.
No en el sentido de amor al dolor, sino de amor a mi esencia, a mi realidad, a mi comunión contigo, Jesús. Esta mañana en el Vía Crucis, meditaba sobre lo ilógico e incomprensible del dolor humano.
Desde nuestra pequeñez y finitud humana, no hay quien lo entienda. Pero la realidad, para mi sorpresa, es que el dolor nos acerca mucho a Ti.
Llevo unos años durísimos en lo físico por operaciones, dolor, incertidumbre, etc. pero, cuanto más dura es la prueba, más fácil me es aceptarlo en Tú regazo. Tanto que a veces me sobrecoge con que facilidad lo asumimos.
Y escuchaba como María cogía en brazos a Jesús muerto. Y sin estar muerto, ni ser Dios, me he recordado muchas veces en brazos de mis tres grandes mujeres: mi madre de niño y de mayor de Sara y Amelia. Las dos primeras en días de anestesia y dolor post quirúrgico. Sosteniéndome la mano en mi inconsciencia y su amor en la mirada paciente. Y que decir de Amelia y su mirada.
La vida me ha quitado mucho y puesto muchas pruebas, pero Dios en su inmensa generosidad, me ha hecho ser un tipo con suerte, con mucho más que agradecer, que cosas por las que quejarme.
Gracias Jesús por tanto sufrimiento en la Cruz, que tanto sentido da a nuestro pequeño sufrimiento ti humano. Gracias por dejarme acercarme una milésima parte a Tu dolor que tanto nos regalo.