Tener una enfermedad, y menos si está es crónica, no tiene nada bueno, no es nada querido, no es nada positivo y desconfiad de quien lo diga. Con esto imagino que se os habrán caído los palos del sombrajo, porque parece que digo lo contrario de lo que habéis leído muchas veces, pero no lo he dicho nunca. Por eso hay que quitarse la venda de los ojos y abrirlos bien.
Llevo 26 operaciones, tres trasplantes perdidos y una amputación de una pierna, más de 6 años de diálisis y en esta ocasión es fácil que pase muchos años, ya que a día de hoy piensan que no es lo más conveniente un 4º trasplante porque podía ser mayor el riesgo vital, que el beneficio del trasplante, por como está la zona donde se pondría por el gran numero de operaciones y un problema grave que tuve en una operación en la arteria iliaca. Y en el horizonte planea la opción, es más, ya se puso sobre la mesa en mayo, que lo lógico es que pierda la otra pierna con el tiempo. Esperemos que pase mucho tiempo.
Podéis entender que de aquí nada bueno sale, nada que yo quiera, nada que desee a nadie o me pueda ayudar. Y esto puede ser extrapolable a cualquier problema serio de la vida.
Lo que si pasa y aquí a veces viene la confusión, es que después de hacer el duelo, llorarlo, negarlo, revelarse, hasta reírse de incredulidad, etc. con el entrenamiento que dan 43 años de enfermedad y lucha interna, en ese camino, le das un sentido. No produce nada bueno la enfermedad, pero si la forma en que la afrontamos, en que somos acompañados, el camino de encuentro que te proporciona. Y en mi caso, como creyente, subo un escalón más, siguiendo los niveles de realidad de D. Alfonso López Quintás, y le doy un sentido de vida y una trascendencia. Y es aquí donde de verdad cambia todo, donde de verdad se convierte en una desgracia que se transforma en regalo, en algo desgarrador que enriquece, en una ruina física que eleva a la persona: al ponerlo en manos de Dios, con confianza y esperanza sincera y al servicio de los demás como testimonio y ofreciéndolo, como parte de la misión que Dios tiene para cada uno.
Un viaje muy difícil, con dudas, con idas y vueltas; un viaje de muchos años, no sabría decir cuantos, pero seguro que alrededor de una década me llevó dar esa vuelta, ver esa luz, como si fuera una travesía por el desierto. Y desde ese día en que abracé y de verdad acepté sin condiciones mi cruz, esto no quita que quiera menos sucesos de salud, de mala salud, pero acepto las que vengan. Desde ese día, el dolor físico, la incertidumbre emocional y hasta el miedo, no desaparecen, ni disminuyen, permanecen, simplemente se les da la verdadera medida que tienen, no se les deja tener más importancia que la justa. La cruz abrazada y aceptada, pesa menos que arrastrada. De ahí mi lema de vida, desde que en 2012, le puso las palabras exactas a un sentimiento que me rondaba la cabeza hacia unos años el Papa Benedicto XVI: “la locura de la Cruz es hacer del sufrimiento un grito de amor a Dios”
Y todo esto, vuelvo a repetirme, no es posible sólo, aquí los superhéroes no existen y los enfermos necesitamos un equipo, una comunidad, sabernos queridos y apoyados. Y en mi caso, no me cansaré de dar gracias al Equipo SAP, familia, amigos, etc. Pero hoy no quería centrarme en ellos, sino en la cantidad de oraciones que recibo, las que se y las que no lo se y agradezco también. Cada semana recibo mensajes de buenos amigos, pero muchos de personas que no conozco, salvo por redes sociales (buenísimas bien utilizadas), dándome las gracias por ayudarles y que me tienen en sus oraciones y también muchos de conocidos. Deciros que os tengo a todos en mi rosario diario. No dejéis se rezar por nosotros por favor. La fuerza de la oración es ilimitada.
Esta es la maravilla del sentido y la trascendencia de la enfermedad, no lo que se vive a nivel físico que es horrible, sino todo lo que genera alrededor. Una fuerza multiplicadora de amor y alegría, de entrega y fraternidad, de unidad y comunidad. Y al final, no nos olvidemos, nos examinarán del amor.
Y no me olvido de Viktor Frankl, siempre acertado:
“El hombre puede conservar un vestigio de la libertad espiritual, de independencia mental, incluso en las más terribles circunstancias de tensión psíquica y física”.