Siempre he tenido claro que hay que celebrar cada día porque sólo el hecho de estar aquí es un regalo. Muchas veces dejamos días sin celebrar y ese día o evento, no vuelve más. Podremos celebrar otros más, pero nunca ese.
Hoy, 1 de abril, hace un año a última hora, después de cenar, me subió de golpe la fiebre. Y empezó una aventura casi sin fin.
Al día siguiente, que coincidió con el día que más gente murió por covid, tuve que ir a urgencias, donde pasé dos días. En ese tiempo, viví alguna experiencia que no olvidaré jamás, como contaba en su día en un vídeo. Como la despedida de casa de Sara y Amelia sin saber cuándo volvería a verlas, aún no se sabía qué los corticoides aminoraban el efecto del virus y me despedí de mis chicas con gran congoja. La impresión de lo que vi dentro de urgencias, parecía un escenario de guerra, aún tengo imágenes guardadas a fuego en mi corazón.
Al final quedó en nada y me fui a casa a hacer cuarentena de 14 días. Cuarentena que no llegué a cumplir del todo ya que cada semana tenía un pico de fiebre que me llevaba de vuelta a urgencias. Siempre daba negativo.
En ese intervalo de idas y venidas a urgencias se me enfrió un dedo. Vaya tontería, pensé al principio, lo analicé más a los días e intuí que era algo vascular al final. Nunca pensé que aquella tontería que pensé, después de muchas pruebas, mucho dolor y dos operaciones, me iba a dejar helado y acabaría en amputación y con Blas en nuestras vidas.
Pero no todo ha sido malo este año. Dentro de lo duro y la desgracia, ha sido una gran enseñanza, de las que deja marcas, en este caso bien visible, pero de las que en la misma medida, he aprendido mucho y para siempre. Casi nada que cuesta poco, enseña mucho. Esta vez ha sido a base de sangre, sudor y lágrimas, nunca tan real y gráfico. Un regalo ver la cantidad de gente que nos quiere y apoya y reza por nosotros; muchos desconocidos; los amigos tan geniales que tenemos, unos de toda la vida, otros de mitad de camino y los últimos más recientes; la familia grande tan especial y la pequeña, de padres y hermanos, que ni un día nos han dejado solos. Pero sobre todo, ha servido para fortalecer al Equipo SAP, para darnos cuenta, más si cabe, de lo grande que es cada uno, sobre todo ellas, y juntos y a pesar de las desgracias, ver que tenemos la capacidad de coger la mochila, abrazar la cruz, apretar los machos y tirar hacia delante. No sólo avanzar, sino avanzar contentos, felices, dando gracias a Dios y a cada uno de los que nos quieren. Llegar a la meta con honores y vítores. Un dicho que me encanta: “más se perdió en Cuba y volvieron cantando”.
El ser humano es un ser social. Necesitamos el encuentro y el acompañamiento de los nuestros. Mowgly y Tarzán, son geniales, pero son dibujos animados, irreales. Y es aquí donde más rico soy, donde más tengo, donde por tanto, más gracias tengo que dar a Dios por tanta gente especial a mi lado que me lleváis en volandas hacia la recuperación y hacia la felicidad. Felicidad plena, sin salud, rompiendo los clichés de la sociedad actual, rompiendo moldes, para demostrar que se puede tener una vida absolutamente plena, digna y feliz pasando nueve horas al día, todos los días del año en diálisis y sin una pierna. ¿Cuesta verlo? Mucho. ¿Es posible? Sin duda. ¿De donde saco la fuerza para ello? De los tres pilares que digo siempre, el Equipo SAP –Sara y Amelia-, familia y amigos y Dios. Porque una mirada lo cambia todo, una caricia, una palabra. Saber que están ahí, a veces, es más que suficiente. No se precisan grandes gestos, los pequeños son en ese momento inmensos.
Ha sido el año más duro en nuestras vidas en lo físico, aburrido y largo por el covid, duro en lo laboral, pero sin duda, aquí hablo por mi y creo que por ellas, de los años más constructivos a nivel personal. No podemos hacer lo que queremos, antes el día de mi cumpleaños lo pasábamos fuera, estuvimos en Panamá, Sotogrande, Oporto, Copenhague y Roma y ahora dos seguidos sin poder elegir, sin opción de salir de Madrid. Pero a la vez con regalos como mi primer libro, pasar consulta,hasta la llegada de Blas, poder dar clase a mis alumnos de la Universidad Francisco de Vitoria y recibirla como alumno en el máster de acompañamiento, también en la UFV, aunque sea online, poder estudiar e investigar, algún pequeño viaje cuando se ha podido, alguna comida fuera, cenas con la diálisis lo tenemos difícil, etc. en definitiva, pequeños grandes placeres. Pero por encima de todo, con el regalo de estar juntos, de crecer en equipo y valorar que nuestra esencia no está en una pierna o en unos buenos riñones, sino en el fondo de nuestros corazones, en la persona, en cada uno de nosotros. Siendo conscientes de todo lo que tenemos y de que las mejores cosas de la vida, no suelen ser cosas. Y ahí tenemos la suerte de, como un río en primavera, que discurrimos con fuerza, con brío, con alegría y con un caudal grande de fe y esperanza.
Hoy, 1 de abril, cumplo 44 años y por eso hacia memoria del ultimo año. Y encima un día tan especial como el Jueves Santo. Sólo espero que este año sea algo menos “emocionante” que el 43. Y si tiene que serlo, que sepamos llevarlo con alegría y no nos faltéis nunca. Y por supuesto, que cada día tengamos razones y fuerza para ver y decir bien alto que ¡soy un tipo con suerte! ¡Somos un equipo con suerte! Porque sin duda alguna la vida es maravillosa. Sólo hay que mirarla con ojos positivos y de esperanza. Aunque a veces parezca que no hay motivos, cada día tiene muchos.