Siempre me ha gustado mucho el atletismo, en lo que influyó mucho un gran profesor de educación física, Luis Miguel Landa, al que todavía recuerdo y que a la vez era seleccionador español de fondo por aquel entonces. Profesor que dada mi salud, me dijo que no hiciera educación física, pero tenia que hacer un trabajo olímpico cada curso. Nunca podré agradecerle haberme ayudado a acercarme, conocer y querer al mundo olímpico.
En la carrera de 400 metros vallas, mi preferida dentro de las vallas, hay que saltar 10 vallas de algo menos de un metro (un poco más alta en hombres), estando la primera a 45 metros de la salida, las demás a 35 metros entre ellas, salvo la última que está a 40 metros de la meta. No he probado nunca a hacerlo, pero debe ser complicado, requerir mucha técnica y debe ser agotador.
Eso es la vida. Unos primeros años normalmente pacíficos o aunque sean complicados, no afrontamos los problemas igual de niños, que de adultos. Yo que ya me habían operado varias veces, no recuerdo nada o nada malo, hasta los 6 años. Eso son los primeros 40 metros.
Luego van apareciendo problemas, contratiempos, enfermedades, etc. que nos van complicando la vida, que nos van exigiendo esfuerzos extras, incluso cuando las fuerzas flaquean, como en las últimas vallas.
Imagino que las primeras vallas cuentas con casi toda la fuerza y las ultimas debe ser complicado salvarlas por el esfuerzo acumulado y las fuerzas perdidas. Pero es también donde los problemas se van acumulando por estar al final. A la vez imagino que ver la meta, debe dar una fuerza extra, un impulso especial. Igual que en la vida.
En un entrenamiento, uno puede dejarse una valla sin saltar, parar, incluso ir más despacio de lo que podría y dosificar. Pero en la vida no siempre podemos, es más, casi nunca podemos. Y cada valla hay que dar todo, vaciarse, confiar en el entrenamiento, en la experiencia, a veces en la suerte, pero sobre todo en el trabajo acumulado.
Ese entrenamiento, a veces de fuerza con pesas, otras sólo de técnica, de carrera, estiramientos, masaje y hasta descansos, van haciendo un fondo físico vital para una carrera y en el que confiamos y por eso damos todo desde la primera zancada sin guardarnos nada, sabiendo que somos capaces.
Toda mi historia de salud, las 26 operaciones, los 3 trasplantes perdidos, los más de 6 años, y creciendo, de diálisis, ahora la amputación de la pierna y lo que quede en el horizonte, son mis vallas de la vida. En una carrera en la que no he sabido, no he podido y sobre todo no he querido guardarme nada. Porque sabía que estaba muy bien entrenado y que tengo un fondo de fuerza importante. El fondo de la fe, la fuerza de Dios. A veces, no me explico de donde saco las fuerzas, pero ahí están; a veces veo que me choco con la valla y me caigo, pero saco un poco de fuerza, que por los pelos, me permite salvar la valla. Ha costado mucho esfuerzo conseguir esta fuerza. Días de querer tirar la toalla, de pensar que no podía más, de pensar que me había equivocado de disciplina, etc. pero el entrenador, Dios, sabe muy bien de mis fuerzas, de mi capacidad, de mi técnica y no me hace correr ninguna carrera que no sea capaz de ganarla.
Y el corredor está sólo en la carrera, con sus miedos y dudas, mirando de reojo a sus contrincantes, igualmente bien preparados, pero él está sólo. A la vez sabe que está acompañado, ve en la grada caras muy queridas que le han dado fuerzas en todo el periodo de preparación, como el Equipo SAP, la S y A, mis padres, familia, amigos, todos los que me apoyáis, etc. Se sabe que están, pero con el barullo de los gritos, la concentración por la carrera, las dudas y a la vez las ganas, sabe que la clave es confiar en la confianza y bien hacer del entrenador y uno mismo.
De esta forma iremos saltando valla a valla, pasando de serie, hasta llegar a la final. Ya celebraremos con los nuestros al final de cada carrera, sin ellos sería complicado, pero hay un momento en que uno tiene que hacer un sobre esfuerzo consigo mismo y lo aprendido, vaciarnos de nuestras fuerzas y confiar en el aliento y apoyo que nos da cada día el entrenador. No se escatima, se da cada paso con más fuerza mental, menos física, pero con la fuerza escondida y el pundonor que da ver la meta más cerca, el objetivo a unos metros, ya sea la prótesis o el 4º trasplante, el premio siempre será grande. A veces incluso haciendo esfuerzos imposibles para conseguirlo. Ya después de cada batalla, nos reuniremos todo el Equipo y gente más especial a celebrar o consolarnos.
Así, podremos tirar una valla, incluso llegar segundos o peor aún, caernos y abandonar esa carrera. Pero tendremos la paz de haber dado todo, de haber confiado en nosotros, el entrenador y los nuestros hasta el final y no haberlo sabido, ni podido, hacerlo mejor. A veces una derrota, nos da las claves para mejorar para la próxima. Recordad que siempre digo, que es en la adversidad donde crecemos y aprendemos.
Y sobre todo, a pesar de que hay momentos de estar sólo, nunca lo estamos, nunca lo estoy. Y eso me da fuerzas y eso me anima a seguir.
“He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe.” (2 Tim 4, 7)