Hoy tengo el corazón lleno.
Porque he tenido la suerte de ver el amor de madre en tres versiones distintas, y todas me han salvado la vida de alguna forma.

Mi madre fue mi primera casa.
La que estuvo ahí en cada ingreso, en cada mala noticia, en cada noche sin dormir.
Nunca le hizo falta una bata blanca para ser la mejor medicina. Ella solo sabía querer… y con eso bastaba. Nunca supe cómo lo hacía, pero cuando yo no podía más, ella siempre podía un poco más.

Sara, mi compañera, la mujer que convirtió en hija al amor.
Desde que nació nuestra pequeña, la miro y me doy cuenta de que hay cosas que solo entiende una madre.
La forma en que la calma, en que la abraza, en que la mira…
Hay una ternura en ella que no se aprende en libros. Es algo más profundo. Más fuerte.
Y verla ser madre me ha enseñado a mí a ser mejor padre.

Y luego está la Virgen.
La Madre con mayúsculas.
La que no necesita decir nada para que uno sienta paz.
La que cuida en silencio, la que acompaña incluso cuando uno no sabe que la necesita.
Yo sé que más de una vez, cuando todo parecía torcerse… era Ella quien me sostenía desde el cielo.
Hoy no es solo el día de la madre.
Hoy es el día del amor que cuida, que sostiene, que no se rinde.
Ese amor que te acoge como eres, que te levanta sin juzgarte, que te enseña a volver a empezar.
Gracias, mamá.
Gracias, Sara.
Gracias, María.
Por enseñarme que la vida, incluso en los días más oscuros, siempre tiene un rincón iluminado por el amor de una madre.