Unas de las cosas que a priori parece más duro cuando uno está en un hospital, en general en la vida, pero en concreto en un hospital, son el silencio y la soledad.
En mi último ingreso y cirugía, febrero 2021, estuve 8 dias ingresado sin visitas, ya que mi planta estaba en cuarentena por covid y sin hacer demasiado caso al móvil, los dos primeros días por dolor y los dos siguientes porque estaba bastante sedado. A esto añado que nunca enciendo la tele y no tenía la cabeza para leer. Y además, estaba en una habitación solo.
Cerraba los ojos, me aislaba del mundo, reconocía y asumía mi cuerpo, mi nuevo cuerpo, con el muñón por debajo de la rodilla y sin pie. De esa forma me evadía de todo, me alejaba del mundo y me centraba en estar tranquilo. Y así gané paz y pude repetir uno de los viajes más apasionantes, pero que a veces, la velocidad de la vida, el ruido que nos rodea o que no siempre nos gusta lo que vamos a ver, nos impide hacerlo: un viaje al interior de mi mismo.
Analizaba, mientras pasaba horas mirando por la ventana, que había sido de mi vida y cómo había llegado a donde estoy. Cuáles de mis sueños se habían cumplido, de los que no, cuántos por dejadez y cuantos era casi mejor que no se hubiera hecho.
Me imaginaba contando a mi yo-niño, con 6 años, también ingresado en el Hospital Gregorio Marañón, primer ingreso que recuerdo, que había “hecho” con “su” vida, truncada en apariencia, bendecida en realidad, por la enfermedad de aquel niño. Cuando digo esto no es que me alegre de estar enfermo, es una desgracia, pero una vez aceptado, soy consciente de que esa desgracia, es lo que más y mejor ha hecho porque sea la persona que soy.
Y este repaso de mi vida, me ha hecho ver que la mayoría de las mejores cosas de mi vida son personas y las que son materiales, suelen ser pequeñas. Es curioso, cómo perseguimos grandes objetivos, grandes tenencias en la vida y lo que nos reconforta son los detalles pequeños. Cómo puede ser despertarte de la anestesia y en ese período en el que sientes, pero no reaccionas, notar una mano cariñosa en el hombro. La mano del cirujano, Issac, en un momento tan duro como la primera vez que tocaba mi muñón y un escalofrío doloroso recorría mi cuerpo. O la de horas que he podido pasar, sobre todo, con Sara y mi madre, de hombre y niño respectivamente, en silencio, cada uno en sus cosas, de la mano, yo postrado en mi cama de hospital y ellas a mi lado transmitiendo amor por cada poro de la piel y dándome una seguridad y protección incomparable. Y eso me hace grande. Eso me reconforta. En mi niñez y en mi madurez, me ha hecho sentir protegido. Necesitamos poco para sentirnos en el séptimo cielo, para tener el corazón henchido de gozo.
En ese silencio, he recordado que difícil, pero que importante es dejarse querer y hacer. Una de las cosas más difíciles de mi operación es la dependencia tan grande. Pero a la vez es un regalo saberme querido y limitado, pero agrandado por los demás, por su cariño, por su gratitud y aunque a veces puede agotar al otro, es una oportunidad para el otro de ayudarnos y darse. Y gracias a Dios he estado rodeado siempre de gente muy especial, de regalos del cielo.
Es en ese silencio donde descubrimos al verdadero yo, con sus cosas pequeñas, medianas y grandes; sus cosas que afianzar y las que mejorar; las cosas que podemos evitar y las que no siempre dominamos; incluso aquellas que no éramos del todo conscientes que teníamos.
Es en ese silencio, donde he encontrado los momentos de paz más profundos de mi vida, de más cercanía a Dios, donde he sido más consciente de los grandes pilares de mi vida, donde destaca, como no, el Equipo SAP, pero también mis padres y hermanos en un sitio muy especial, junto con mis padrinos, los amigos más especiales y algunas personas más de mi familia.
Es en ese silencio, donde más consciente he sido y lo que más me ha ayudado, a ser consciente de lo afortunado que soy. Porque a pesar de la desgracia corporal de mi vida, -con los trasplantes fallidos, la diálisis, la amputación, las demás operaciones, etc.-, es más, no a pesar, sino gracias a estas vivencias, me he forjado para alcanzar muchos de mis objetivos y he sido consciente de todo lo que me ha sido dado en la vida.
Y cómo no, es en ese silencio, donde he dejado volar mi imaginación para soñar sin medida. Unos sueños sabiendo que son irrealizables, otros complicados y otros convertidos en objetivos y deseos presentes. Pero todos son necesarios para a veces descansar la mente y el cuerpo y volar a otros sitios, otras realidades, sin perder la perspectiva real.
Por supuesto, este silencio y esta soledad, me han ayudado porque han sido elegidos, han sido circunstanciales y porque han sido una opción, imagino que obligado debe ser muy árido.