En la vida, distintos sucesos que nos van acompañando en la vida, pueden ir generando una seria de tensiones internas, no siempre conscientes, que deben reequilibrarse. Si esto pasa, poco a poco se van creando movimientos y fracturas en nuestro interior, que pueden acabar con una depresión o ansiedad.
Estos sucesos no se producen de un día para otro, sino que van produciéndose y acumulándose con los años. A veces incluso, podemos arrastrar problemas desde la infancia, sumados a los de la adolescencia, la vida adulta, etc. estos problemas pueden ser laborales, de salud, económicos, sentimentales, etc. y todos suman, todos van dejando su huella.
Podemos ir expulsando parte de esas tensiones, corrigiendo parte de esos problemas poco a poco, bien por nosotros, con ayuda de amigos e incluso de profesionales. Pero lo que es evidente, es que si no los eliminamos e igualamos la presión de fuera y dentro, nos enfrentamos a un posible problema de magnitud desconocida e incontrolable.
Una de las cosas más impresionantes de la naturaleza es la erupción de un volcán. Esos problemas que hablábamos, es el mismo proceso. Una erupción, que vemos en poco tiempo, es el fruto de un proceso, que en algunas ocasiones puede llevar formándose cientos o millones de años. Este incremento de presión, hace que se intente igualar las presiones poco a poco, a través de pequeñas fracturas en la montaña o de golpe a través de una violenta erupción, de una súbita explosión por la boca del cráter.
Por eso, es importante permanecer alerta a las señales que vemos, percibimos o podemos esperar. Por eso decía el otro día, que a pesar de estar llevado muy bien todas mis experiencias, de vida y de salud, de mala salud, que llevamos viviendo desde 2016, permanecemos atentos y con cierto vértigo. En ocasiones, el optimismo, nos puede esconder pequeñas realidades, pequeños avisos de que no estamos haciendo bien el duelo o que estamos mirando hacia otro lado y corremos el riesgo de una brusca erupción, que lleve nuestra ansiedad y presiones, desde lo mas interno de nuestro cuerpo, hasta la superficie, estallando por donde menos esperamos.
Por eso hay que tener la humildad y sabiduría a la vez, de saber cuando estamos ante algo peor y necesitamos llorar, chillar o pedir ayuda. Y no se es menos, esto me lo repito cada mañana desde hace años. Y esos días es importante dejarse ir y vaciarse de lloros, descargar el ansia o levantar el teléfono para pedir esa necesitada ayuda. Darnos cuenta de nuestras limitaciones y pequeñez, nos dará grandeza a la larga.
¿Y cómo se siente de bien uno después de vaciarse y quitarse ese lastre? ¿Cuántas veces después de llorar dormimos y luego lo vemos más tranquilos, con mejor perspectiva? No sólo es malo caer, sino que a veces no sea la fuerza que necesitamos para seguir. ¡Adelante!