Flor despacha pastores. Un trasplantado.

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El martes acabó el verano y llegó el otoño. Y como todos los años, por estas fechas, aparece una flor especial, una flor que me recuerda a mi abuelo Rafael, es la flor «despacha pastores», como la llamaba el, o «quita meriendas», como la llaman otros. Esta flor coincidía en el tiempo con los preparativos e inicio de la trashumancia, de ahí su nombre. Avisaba a los pastores de que era hora de llevar los rebaños de las frías tierras y ya exiguos pastos del norte, a las más cálidas y con más herbaje dehesas del sur y el oeste. De Castilla a Extremadura y norte de Andalucía.

Los pastores despachaban con los señores, dueños del ganado y las tierras, para preparar el camino, organizaban a sus perros y un pequeño hatillo de ropa y algún taco de manteca de la matanza, algo de queso y lo que hubiera a mano en la fresquera para sus frugales comidas y marchaban varios meses.

Flor “despacha pastores”.

Un viaje, que imagino no era fácil. Dejar la casa varias semanas, la comodidad, por llamarlo de alguna forma, de sus muy humildes casas y el calor del hogar y en muchos casos la familia; en su lugar, cambiarlo por largas caminatas, días de frío, lluvia, de dormir muchas noches al raso y sino en chozos preparados para la ocasión, pero sin grandes comodidades y con la compañía de los perros y las ovejas como mucho contacto durante días en muchas ocasiones. A cambio, después de volver a casa se aseguraban un sustento para una buena temporada. Sustento vital en una zona pobre donde cualquier dádiva era un tesoro.

Cambio y viaje que en parte deberíamos hacer nosotros. Abandonar nuestra zona de confort, el calor de lo habitual, para partir a un viaje lleno de penalidades muchas veces, más por la incertidumbre del destino, que por la realidad del camino, hacía un espacio más enriquecedor. Proceso que no siempre llega lo rápido que queremos, pero que con un poco de constancia y tenacidad, llegará y nos ayudará a crecer.

Podemos en su lugar, no hacer esa trashumancia y usar el forraje que tenemos guardado, pero correremos el riesgo de quedarnos sin reservas, de no darnos la oportunidad de vernos en otras tesituras y ver que a veces nuestro sitio real no está donde pensábamos e incluso que estábamos enfocados en algo que no era nuestro don, nuestra mayor capacidad. ¿Cuánta gente ha dado un cambio radical de trabajo o vida y de pronto ha visto que le llena más lo nuevo inesperado que lo que pensaba era la vocación de su vida?

En ese transcurrir duro y ascético, de donde surgieron las sopas de ajo y las migas, debido al poco acceso que tenían a distintos alimentos, a veces la vida nos pone pruebas, duras, que no siempre les vemos salida, pero una vez llegado a los nuevos prados, asumido y aceptado el cambio, podremos disfrutar de los nuevos paisajes y sobre todo de la abundancia de pasto para el ganado y comida y vida más reconfortante para los pastores.

Duro es el camino, pero más duro debe ser mirar atrás y ver las oportunidades que han pasado sin hacer nada por nuestro lado, por no ser capaces de salir de la zona de confort, de reinventarnos, de sacar una mejor versión de nosotros mismos.

Necesitamos de vez en cuando en esta rápida vida, parar, mirar a los lados, reconocernos, repensar nuestras metas y revisar el camino que llevamos. De esta forma, en lugar de ir con la cabeza gacha pegado al que va delante como las ovejas, de ser arrastrados como un barco sin velamen, seremos los verdaderos capitanes de nuestra vida, amos de nuestro destino. Por ello, igual que los pastores, que suerte si pudiéramos hacer ese viaje al menos una vez en la vida.

Cada día tengo más claro que los límites los ponemos nosotros y están en nuestra cabeza.

¡A por vuestras pequeñas victorias!, en pequeñas batallas contra uno mismo, que a la larga nos lleven a un gran victoria en la guerra personal por llegar a la mejor versión de uno mismo.

¿Lo mejor de todo? Que somos seres infinitos y siempre podemos mejorar, no os desaniméis si siempre queda camino por andar.

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