El don de la humildad en la adversidad
Cuando la enfermedad llega, nos cambia a todos: tanto al que la sufre como al que lo acompaña. Es un camino duro, pero lleno de lecciones que nos transforman.
Estos días de hospital he tenido un periodo de dependencia casi absoluta al estar 6 semanas en reposo absoluto y 3 en reposo absoluto, todo el día menos 10 minutos.
Depender no es fácil, nos gusta ser fuertes y capaces. Pero tiene un proceso mental, al menos a mi me pasó, que es constructivo.
La dependencia enseña a confiar en otros y a aceptar nuestra fragilidad. La enfermedad rompe las ilusiones de autosuficiencia y abre las puertas de la humildad. A veces, reconocer que necesitamos ayuda es el primer paso para crecer, para hacernos fuertes de otra manera: desde la humildad, el agradecimiento, la paciencia y el amor.
Quien acompaña aprende el valor del servicio. No es fácil ver a alguien que amas sufriendo, pero en ese darse brota algo profundo: el amor. Cuidar a otro nos recuerda que la vida se mide en actos de amor y en el tiempo que dedicamos a los demás, aunque sea en las pequeñas cosas. Ser apoyo nos hace más generosos y atentos al prójimo. Es una forma de dar sentido y crecer en la vida.
La enfermedad es un terreno donde crecen la humildad y el amor. Donde crecemos los dos, cuidador y cuidado. No lo elegimos, pero al caminarlo, podemos encontrar una fuerza y una bondad que jamás imaginamos. Es un lugar de encuentro, de comunión -común unión- que cambia la mirada y multiplica el amor.
Ha sido un regalo poder crecer Sara, Amelia y yo en momentos tan duros. Crecer cada uno y crecer los tres, el Equipo SAP.
Por supuesto es extensible a mis padres.
Testamento del pájaro solitario:
Nunca podrás, dolor, acorralarme.
Podrás alzar mis ojos hacia el llanto,
secar mi lengua, amordazar mi canto,
sajar mi corazón y desguazarme.
Podrás entre tus rejas encerrarme,
destruir los castillos que levanto,
ungir todas mis horas con tu espanto.
Pero nunca podrás acobardarme.
Puedo amar en el potro de tortura.
Puedo reír cosido por tus lanzas.
Puedo ver en la oscura noche oscura.
Llego, dolor, a donde tú no alcanzas.
Yo decido mi sangre y su espesura.
Yo soy el dueño de mis esperanzas.
José Luis Martín Descalzo