Este verano de 2024 acababa con ideas, proyectos e ilusiones para el nuevo curso que todas se vieron alteradas al poner un pie en el suelo una tarde de agosto y no ser capaz del dolor. A ese dolor y miedo inicial causado por un problema vascular le siguieron tres cirugías y 9 semanas y 1 día de ingreso con mas de 50 días en reposo absoluto y los otros 15 pudiendo estar fuera de la cama como mucho 10 minutos.
A veces la vida nos impone renuncias, esas ausencias que no elegimos, esos vacíos que aparecen sin avisar. En esos momentos, es natural sentir que la vida se queda en «nada». Sin embargo, hay una paradoja en la fe: a veces, en la nada, descubrimos el todo.
Pasamos media vida buscando alcanzar metas, que una vez alcanzadas surge una nueva idea en un círculo vicioso que no siempre llena, ni acerca a la felicidad.
Estás semanas nos han obligado a desistir de muchos planes. Pero al final, como me contestó una persona en Kenya al contarle mi vida al preguntarme por mi historia de enfermedad una vez, ¿has comido? si, le dije, pues no tienes grandes problemas, alegó.
En esas renuncias de cosas que pensamos esenciales como un trabajo, estar en casa, empeorar en mi salud, etc. nos quedamos en una especie de «nada», como si estuviéramos noqueados unos días. Las pérdidas pueden doler, pero también nos revelan lo eterno que está más allá de ellas. Porque es en esa «nada» donde Dios puede entrar con todo de una forma más íntima. Esa renuncia, ese vacío, nos deja espacio para escuchar, para depender, para confiar. Nada de esto hubiera sido posible sin una fuerte vida interior y recibir diariamente la comunión. Porque la verdadera noche es luz.
Todas estas semanas de dolor, incertidumbre, quietud absoluta y dependencia, lejanía de casa y perdernos cosas me ha servido para desprenderme de lo que no me hace crecer cada día como el árbol podado en otoño y para saberme una vez mas muy afortunado y un tipo con mucha suerte. Para darme cuenta que lo que de verdad me llena es cada vez menos material y más relativo al amor de los míos. Me han servido para dar gracias a Dios cada instante por la vida, por mi Equipo SAP, mis padres y amigos y seguir mirando la vida con esperanza, fe y gratitud con fuerza renovada de yema primaveral.
Cuando pensamos que lo hemos perdido todo, es cuando encontramos el lugar perfecto para que Dios llene nuestro corazón. Cambiando el enfoque la nada puede ser el punto de partida para recibir el todo.