Estoy amputado, estoy completo.
En un mundo que a menudo define la plenitud a través de la integridad física, mi experiencia desafiaba esa concepción. Aunque me falta una pierna, me siento completo en todos los sentidos. La filosofía me ha enseñado que la plenitud no reside en la perfección física, sino en la aceptación y el crecimiento interior.
La vida me retó de maneras inesperadas, la más dura fue cuando mi enfermedad renal me arrebató parte de mí, un trozo de mi cuerpo. Pasé momentos difíciles, terribles a nivel físico, pero sobre todo a nivel emocional, pero la esperanza nunca abandonó mi corazón. La pérdida de una extremidad no me define; más bien, me ha mostrado la fuerza que reside en el espíritu humano. Descubrí que la plenitud no está determinada por la cantidad de extremidades que tengamos, sino por la capacidad de encontrar la alegría en cada momento.
La adaptación no fue fácil, por la parte física, por el dolor inicial emocional y por el dolor de algunos comentarios y gestos. Pero con el tiempo entendí que la verdadera superación no radica en la ausencia de obstáculos, sino en la capacidad de enfrentarlos con valentía. Aprendí a apreciar las pequeñas victorias, a disfrutar de cada paso, aunque ahora sea uno menos.
La ética y la coherencia de vida, como guía moral, me ha mostrado que la integridad y la virtud son fundamentales para una vida plena. En mi viaje vital , pude ver que la autenticidad y la compasión con uno mismo en ese ejercicio difícil, pero necesario de hacer las paces con un mismo, son más importantes que cualquier limitación física.
La pérdida de mi pierna ha sido una prueba de fuego para mi filosofía de vida. En lugar de sucumbir a la autocompasión, abracé el reto; tomé el testigo y fui con toda la fuerza del mundo a saltar la siguiente valla. Eso me ayudó a ver la importancia de dar significado a mi adversidad, y así lo he hecho. Cada paso, cada desafío, se ha convertido en una oportunidad para crecer y encontrar un propósito más profundo. La integridad, la honestidad y la empatía han sido mis guías, recordándome que la verdadera completitud no proviene de las extremidades físicas, sino del corazón y la mente.
A través del esfuerzo y la superación he aprendió a ver mi situación no como una limitación, sino como una oportunidad para testificar la gracia divina en medio de la imperfección.
En resumen, en lugar de centrarme en lo que me falta, me he enfocado en lo que he ganado: una comprensión más profunda de la verdadera plenitud, que trasciende las limitaciones físicas y se arraiga en la fortaleza del espíritu y la conexión con algo más grande que el dolor, en uno mismo. En aceptarme, quererme y abrazar mi yo, querer ser yo.
La vida es un viaje impredecible, y aunque mi camino haya tomado un giro inesperado, me siento completo. Soy una prueba viviente de la resiliencia humana y la capacidad de encontrar la plenitud en las circunstancias más inesperadas. Hoy celebro la vida, la amistad, el amor y la posibilidad de seguir creciendo a pesar de las adversidades. Que mi historia sirva como recordatorio de que la verdadera plenitud proviene de la aceptación, la gratitud y la determinación de abrazar cada día con amor y optimismo.