Hoy he cumplido un sueño. Un trasplantado.

“[...] “José Ignacio, de médico a médico, no tengas ninguna esperanza de éxito, lo normal es que el niño se muera, pero aún así haré lo que pueda”. Lo que pudo, fue salvarme la vida. [...]”

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“[…] “José Ignacio, de médico a médico, no tengas ninguna esperanza de éxito, lo normal es que el niño se muera, pero aún así haré lo que pueda”. Lo que pudo, fue salvarme la vida. […]”

Hoy, 15 de enero de 2020, he tenido la suerte de cumplir un sueño. No un sueño cualquiera, un sueño que tenía desde que empecé a ser consciente y meditar las cosas de mi vida de mi enfermedad, hace al menos 30 años. Ese sueño era dar las gracias al Dr. José María Gil-Vernet Vila.

Empezó siendo un me gustaría, luego un ojalá y luego un quiero hacerlo. Cuando llegué al último punto, por los años que habían pasado y haciendo cálculos, imaginaba que estaría muerto, pero quería al menos dar las gracias a sus hijos.

Dr. José María Gil-Vernet Vila.

El Dr. José María Gil-Vernet Vila fue el responsable de que no muriera antes de cumplir un año. Según me cuentan en casa, yo tenía 6 meses de edad y un reflujo uro-vesical (la orina va a la vejiga y vuelve a subir a los riñones) que me infectó y lesionó para siempre mis riñones en el año 1977. Mi padre, médico y padre de otros 3 hijos, movió Roma con Santiago para dar con una solución, la que fuera, la que le daban no le servía, mi destino era morirme antes de cumplir un año. Ahora que soy padre, entiendo o me hago una idea de lo que debieron sentir y pasar mis padres. Y con ellos mis hermanos (de 7, 6 y 3 años) y toda mi familia y amigos de mis padres.

El caso es que, con cero expectativas, tanto es así, que las palabras del Dr. Gil-Vernet fueron: “José Ignacio, de médico a médico, no tengas ninguna esperanza de éxito, lo normal es que el niño se muera, pero aún así haré lo que pueda”. Lo que pudo, fue salvarme la vida, permitirme seguir aquí después de 42 años.

Dr. Salvador Gil Vernet, padre del Dr. José María Gil-Vernet.

Esto me ha ensañado algo, siempre hay que perseguir nuestros sueños. No podemos dejarlos volar, incluso cuando los demos por imposibles. Están ahí, a veces nos esperan. Cuando me ha llamado su hijo, para ponerme al teléfono a su padre y que a los 97 años se ha emocionado con mi carta, que le he devuelto parte de la alegría que le quita la poca salud, me he emocionado. Era tal el peso de la emoción del sueño cumplido y de devolver un trozo de vida, un trozo de alegría dentro de la enfermedad a quien salvó la mía y me permitió vivir, que me he emocionado como un niño. Nunca imaginé que en mi sueño de dar gracias le iba a devolver parte de lo que él un día me dio. Él en forma física y yo en forma de alegría. Por eso, nunca dejéis de perseguir vuestros sueños. Si no es por vosotros, por los demás. A veces podemos ayudar más de lo que pensamos.

Siempre os digo que ¡soy un tipo con suerte! ¿Veis cómo es verdad? Y hoy encima feliz y satisfecho.

Este párrafo lo añado pasado el tiempo. A las pocas semanas, falleció. Menos mal que el destino y las redes sociales me pusieron fácil conseguirlo al final.

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