¿Qué hacen un ciego, un parapléjico y un amputado en una piscina? suena a chiste, ¿verdad? Pues es una realidad que viví el otro día en la piscina.
¿Qué hacíamos? Pues obviamente nadar. Y lo de menos es cuanto nadamos o cómo nadamos. Ellos deben llevar más tiempo que yo en esta situación porque se les veía mas sueltos y entrenados. Yo hice una marca muy modesta, medio kilometro en veintitrés minutos. Muy lejos de hace tres años y medio que me hacía dos kilómetros en cincuenta y cuatro minutos. Que volverán, pero no me agobia.
Pero va mucho más allá lo que hacíamos. Estábamos superado nuestros limites o mejor dicho, no estábamos dejando que nuestra cabeza construyera limites donde no debe haberlos. ¿Cuantas veces pudiendo no hacemos algo por limites que nos hemos puesto?
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Una de las cosas que me ha enseñado la enfermedad, es que obviamente hay limites, yo aunque quiera, hay cosas que al faltarme una pierna y estar en diálisis no puedo hacer. Pero el resto de cosas que están a mi alcance, aunque sea difícil, no me dejo vencer por limites imaginarios.
Ver a una persona ciega calcular el tamaño de la calle y no salirse de su sitio en un buen rato, ver a una persona parapléjica subirse en la grúa, nadar, salir con la grúa, sin querer ayuda, es un regalo. No que estén así, sino su superación que sirve de estimulo a los que vamos por detrás, por detrás en el tiempo. Que a la vez, gracias a nuestra superación, seremos espejo para los siguientes.
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Creándose de esta forma una enorme y preciosa carrera de superación y compañerismo. Compañerismo anónimo, silencioso, sin saber quien ayuda a quien, pero sabiendo por estas experiencia que todos a todos.
Experiencias preciosas consecuencia de la desgracia de la enfermedad. Lo bonito en lo feo. La gratitud en la incertidumbre, que la convierte en superación y lucha continua.