Este fin de semana pasado, como todos los puentes de diciembre hemos montado en casa el árbol y el Belén entre villancicos y alegría familiar; fuimos el otro a ver las luces de Madrid y esta semana iremos a la Plaza Mayor a ver los puestos y comprar algo y merendar chocolate con churros. Es de los mejores planes que hay y la mejor época del año sin duda para mi.
La Navidad no se trata sólo de adornar nuestros hogares o de las fiestas que organizamos. Es un tiempo sagrado que nos invita a recordar el nacimiento de Jesús, el regalo más grande que hemos recibido. En medio de la vorágine de estos días en esta vida que vuela, es fundamental que nos detengamos y pensemos en lo que realmente celebramos.
El Adviento es un tiempo de preparación, una oportunidad para abrir nuestros corazones y a recibir a Cristo con amor y gratitud. En lugar de dejarnos llevar por la superficialidad de la sociedad actual, podemos elegir enfocarnos en lo que realmente importa: la esperanza, la paz y el amor que Jesús trae a nuestras vidas.
Este año, además de poner el árbol y las luces, me he propuesto dedicar también un tiempo especial a la oración, a la reflexión y a compartir momentos significativos en casa. ¿Por qué no crear nuevas tradiciones que nos acerquen más a la esencia de la Navidad? Tal vez un tiempo de adoración en familia, un acto de generosidad hacia quienes más lo necesitan, o simplemente un momento de silencio para agradecer por todas las bendiciones que hemos recibido.
Así que, mientras decoramos nuestros hogares, recordemos también adornar nuestros corazones con amor y compasión. Que este Adviento sea un tiempo de conexión espiritual y de verdadera celebración.