Llevo mucho tiempo queriendo escribir este post de hoy. Pero muchas veces he parado, debido a que no quiero herir sensibilidades, ni molestar a nadie, ni crear debates que puedan ser estériles. Bajo estas premisas, me dispongo a escribirlo por fin.
Hay algo que hace años que no entiendo, y es la incapacidad de muchos medios, personas, etc. de llamar a las cosas por su nombre y en este caso a las enfermedades.
Teniendo en cuenta esto, es opinión, personal y de muchos profesionales, que la aceptación de la enfermedad, es el primer paso para superarla y aprender a convivir con ella, es aún más importante llamar a las enfermedades por su nombre. Trasmitirlo de forma constructiva y con humanidad y acompañando a la persona, pero tal cual es la realidad.
A veces me preguntan: “Cómo te llamo discapacitado o minusválido?”. Y algunos añaden personas capacidades diferentes. Desde el respeto, esta opción me parece ridícula, cada persona tiene capacidades diferentes aunque no tenga enfermedad. Si queremos definir una cosa, habrá que ponerla nombre. Minusválido: pues si. Mis riñones tienen una función no válida, es más, no funcionan; discapacitado: claro, tengo menos capacidad al faltarme una pierna en determinadas actividades.
Por eso creo que debemos madurar como sociedad, dar un paso adelante, llamar a las cosas por su nombre, aceptar que hay distintas enfermedades y sin juzgar a quien las tiene, ni a quien no es capaz de nombrarlas. Pero ayudando a las personas enfermas a integrarse y convivir con su problemas. Bastante complicado es ya estar enfermo, para encima poner más dificultades.
Así vemos que muchas veces hablamos de “una enfermedad incurable”, “una terrible enfermedad” (hablando del cáncer), otros eufemismos para hablar de enfermedades mentales, o en otras muchas patologías, al no nombrarla por su nombre, perdemos perspectiva de la realidad. En algunos casos, podemos llegar a estigmatizar a una persona y enlentecer su aceptación psicológico-emocional. A mí me han llegado a decir que no diga “me han cortado la pierna” para que no suene tan fuerte. Eso dificulta el camino a la superación y aceptación.
No es fácil, pero ayuda a ver la realidad tal cual es. Cuando fui a consulta de vascular para ver el futuro de mi pierna, le pedí al cirujano vascular que me dijera las cosas como son. Sin colores, ni paños calientes. Fue muy duro oír que como mucho en dos años perdería las dos piernas, pero me dio la oportunidad de prepararme y ser consciente de mi realidad. También me recorrió un escalofrío infernal cuando oí la palabra tumor dirigida a mi. Pero mejor así, al menos para mi, que por capítulos. La realidad duele, pero te permite prepararte.
El miedo es libre e irracional, todo el mundo quiere hacerlo lo mejor posible, pero creo que es importante llamar a cada cosa por su nombre, aunque sea feo. No por dejar de nombrarlas desaparecen.
A veces el nombre ayuda a superar la enfermedad. Como dijo Sara de Andrés, atleta paralímpica, no soy minusválida, soy supraválida, porque he tenido que sobreponerme cada día a las adversidades de la vida.
¿Queréis contar vuestra opinión o experiencia?