Esta última temporada he tenido algunos ratos regulares. Si, no todo son alegrías y momentos pletóricos. No me pasa nada y me pasa todo. La pierna izquierda empieza a dar ciertos síntomas de su ocaso; no estoy en lista de espera y no se cuando lo estaré; me canso mucho y a veces me cuesta hacer vida normal, etc. y eso me desajusta, me inquieta y crea cierta incertidumbre. Y la incertidumbre es lo que más nos cuesta. Y no pasa nada, la vida son subidas y bajadas; caerse y levantarse; estar bien y coger fuerzas para los días malos. Cada día tiene su afán.
Después de perder a Mufasa, su padre, y de hacerle sentir culpable y responsable su tío, Scar, el pequeño león, Simba, huye de la sabana a un lugar desconocido. Corre sin mirar, sin parar, sin pensar, simplemente, huye.
Y en ese momento de gran pesar, se encuentra un pareja desaliñada, de tipos gansos y felices, de don nadies, que son un facochero y un suricato. Don nadies, que sin la elegancia del león, sin la belleza del elefante, sin el señorío de las jirafas, sin la prestancia del rinoceronte, le aceptan y le hacen uno de los suyos.
No saben, ni quieren saberlo, que es un futuro rey; le preguntan que le pasa, pero por interés, no por chisme; no se preocupan de su puesto o que tiene. Le aceptan como es, sin juzgar, sin analizar, simplemente ven a Simba, sin más miramientos, ni prejuicios.
¿Cómo nos miramos nosotros? Es curioso que somos hienas con nosotros mismos, somos despiadados, somos un juez severo sin compasión. Eso a veces nos lleva a situaciones dolorosas en los que es como si echáramos sal en la herida.
Desde hace años, cuando tengo un problema, me lo cuento en tercera persona, para perder ese perfil autodestructivo. La verdad, es que los problemas no cambian, pero lo hace mucho la forma de afrontarlos, aceptarlos y llevarlos.
El vértigo de imaginarme sin piernas, de no saber si me van a trasplantar, de pasar media vida en diálisis, de no saber si viviré muchos años; en el último mes dos médicos me han preguntado que si soy consciente de que moriré joven, a lo que les contesté que mi plan es ser centenario, sin perder perspectiva de mi realidad.
No se de psicología, pero mi experiencia me dice, que una de las cosas más difíciles de llevar es la incertidumbre. El trauma se acepta y pasa, la incertidumbre nos corroe como la carcoma.
En ese vértigo e incertidumbre, decidí que me iba a mirar a mi mismo con los ojos con los que Pumba y Timón miraban a Simba. Todos deberíamos hacerlo. Ojos limpios, sinceros, acogedores, con mirada profunda y deseo de encuentro. Ojos constructores de la persona, ojos que invitan a hacer las paces con la realidad de uno mismo por fea que sea. Ojos de amistad sincera y pura, ojos de niño al fin y al cabo, que no se guardan nada y todo lo preguntan o dicen. En definitiva, ojos de madurez emocional que poseen los niños y estos a dos bichos feos en apariencia y los mejores en la realidad.
Y cómo hizo Rafiki al enterarse de que Simba estaba vivo, sin dudarlo se dejó el alma hasta encontrarlo por saber su valía, ¿no deberíamos mirarnos así? No hace falta ser guapo, ni rico, ni famoso, ni una eminencia. Hay que ser uno y así quererse hasta el infinito y más allá.
Como digo siempre, la vida a veces viene con envoltorio feo, pero con un regalo genial. Envoltorio en forma de enfermedad y otros muchos problemas, pero con un interior genial, que es el verdadero regalo, en forma de amigos, como un facochero o un suricato, nada glamurosos, pero amigos de verdad. Y también regalo en forma de nuestra esencia, nuestra grandeza, dentro de nuestra pequeñez, que nos da la posibilidad de ser geniales y mejorar cada día.
Así que,
Hakuna Matata
Que bonito es vivir
Hakuna Matata
Vive y sé feliz
En definitiva, intento vivir el presente, me centro en lo tangible, lo que es, intentando no tener interferencias de un futuro irreal que aún no es, ni se cómo será. Y lo que tenga que ser, será. En tiempo y forma, pero no ahora.
“Mira en tu interior, eres mejor de lo que piensas que eres. Recuerda quien eres” le dijo Mufasa a Simba justo antes de volver a la sabana para retomar su trono, dándole la confianza en si mismo que necesitaba. Esa palabra precisa y esa mirada perfecta sólo la tiene un padre especial, sólo la tiene Dios en la realidad.
Nadie nos va a quitar los días malos, ni la incertidumbre, ni el dolor, ni el miedo. Pero a mí, la fe, el Equipo SAP, la familia, amigos, los que me leéis y la esperanza, hacen una terapia, que sin quitarla, lo atenúa mucho. Por eso, sin duda y aunque suene pesado, digo a los cuatro vientos: ¡soy un tipo con suerte!