Hoy es el Día del Paciente Trasplantado.
Y yo… lo celebro soñando. Soñando con ese día en que vuelva a dejar atrás la diálisis. Por cuarta vez. Soñando con vivir sin estar atado a una máquina, con volver a respirar libertad sin cables, sin pitidos, sin horarios. Soñando con despertar una mañana y saber que, por fin, ha llegado.
Mientras tanto, los días pasan. Uno a uno, como hojas que caen del calendario… y cada hoja que cae, me acerca un paso más a ese día.
El que no elijo yo.
El que está escrito.
El que Dios quiera.
Y cuando llegue, lo sabremos.
Porque ese día brillará distinto. Y lo celebraremos como se celebran los milagros verdaderos: con abrazos largos, con lágrimas calladas, con la alegría de estar vivos. El Equipo SAP, mis padres, mis amigos, la familia… y todos vosotros. Juntos. Como siempre.
Hay días en que siento que nunca llegará. Días de cansancio, de dudas. Y entonces me acuerdo de aquel 26 de septiembre de 2019. Cuando perdí el a Taurino, el tercer trasplante, me dijeron que no volvería a estar en lista de espera. Y, cuatro años después, el mismo día —un 26 de septiembre de 2023— me volvían a incluir.
Como si el calendario también tuviera memoria.
Entre medias… la herida más profunda de mi vida. La amputación de mi pierna. Y fue precisamente esa herida la que abrió el camino. Porque al pedir que me amputaran la otra, Isaac y el equipo de vasculares se atrevieron a intentarlo. Y nació un bypass. Y gracias a ese bypass, hoy hay una posibilidad.
Una lista. Una esperanza.
Porque sí, a veces lo que parece el final… es solo el principio disfrazado. Porque hay desgracias que, sin saberlo, te empujan directamente hacia el milagro.
Hoy no soy aún paciente trasplantado por cuarta vez. Pero vivo esperándolo. Con los ojos abiertos. Con el alma en vela. Y con el corazón preparado para celebrarlo.
Cuando llegue.
Y llegará.

