Lo escribía el viernes, con el corazón aún temblando, mientras el tren me llevaba de vuelta a casa.
Madrid me esperaba, pero yo ya venía lleno.
Lleno de rostros, de historias, de silencios compartidos que decían más que mil palabras.
Lleno de una emoción que cuesta describir.
Tan honda que pedía quedarse, vivirla más.
Tan viva que pedía ser contada.
En pocas horas, conocí a mucha gente.
Pero no fue conocer por cortesía, sino por comunión.
Gente como Majo, que desde el amor ha decidido cambiar el mundo, sin pretenderlo, sin saberlo, como sólo lo hacen los que caminan hacia la santidad sin darse cuenta.
Ella dice que no ha hecho nada.
Y ese «nada»… ese «nada» son niños acompañados, son madres del alma, son pasillos de hospital iluminados por ternura. Ese «nada» se llama Mamás en Acción.
Conocí también a su equipo: voluntarias, médicos, enfermeras, personas que no sólo cuidan, sino que acompañan. Y lo que pasó entre nosotros no se puede planificar. Es lo que pasa cuando Dios junta corazones inquietos.
Las palabras fluyen como si la historia compartida viniera de lejos.
Y quizá sí. Quizá viene del mismo Amor que nos mueve.
Un niño solo en un hospital…
Solo pensarlo duele.
Interpela.
Asombra.
Llama.
Y esas tres palabras —interpelación, asombro y llamada— se convirtieron en claves del congreso. Claves del acompañamiento.
De esa medicina que no sólo cura, sino que abraza.
Allí, desde la ciencia y el dato, se tejía también poesía. Porque hablar de acompañar a un niño es hablar de filosofía, de creatividad, de entrega…
de Amor, con mayúscula.
Gracias Majo por el regalo de cerrar el encuentro con mi testimonio.
No como experto, sino como alguien que ha vivido en carne propia lo que es estar enfermo siendo niño, adolescente, adulto.
Yo viví una sanidad que hoy duele recordar:
Habitaciones compartidas.
Padres que sólo podían quedarse una hora.
Hermano que no podía entrar.
Y, sin embargo, también viví miradas que sanaban más que los tratamientos.
Por eso, cuando veo iniciativas como Mamás en Acción, siento que algo muy profundo se está reparando.
Que estamos volviendo al centro.
Que estamos, por fin, rehumanizando.
Y no se quedaron ahí.
Presentaron dos proyectos nuevos: un comité científico y un plan de acción precioso
#NiUnNiñoSolo2030.
Porque amar no es solo estar.
Es también investigar, mejorar, exigirse.
Buscar esa excelencia que nunca se alcanza del todo, pero que merece ser perseguida cada día.
Y como si Dios quisiera regalarnos un broche, acabamos comiendo paella en plena huerta valenciana. Riendo con profundidad.
Conversando con el alma abierta. Porque a veces la sobremesa también es sacramento.
Hoy, de vuelta a casa, sólo deseo abrazar a Sara, esa mujer valiente que Dios me regaló,
ángel en forma de esposa que eligió —con locura de amor—una vida no sencilla pero feliz. Y abrazar a Amelia, ese otro ángel diminuto que me recuerda cada día lo que es el Cielo.
Abrazarlas fuerte.
Abrazarlas agradecido.
Porque hay muchos niños que aún necesitan brazos voluntarios que les den amor.
Y mi hija, gracias a Dios, no necesita más brazos que los nuestros.
Somos afortunados.
Tenemos tanto que nos sobra para compartir.
Por eso, la vida nos pide implicarnos, desgastarnos en amor,
gastarnos del todo,
mejorar el mundo hasta quedarnos sin fuerzas.
Gracias, Señor, por seguir poniéndome en el camino personas y proyectos que son recordatorios vivos de que el bien existe.
Que hay más bosque creciendo que árboles cayendo.
Y que el examen final de la vida —el del amor— se aprueba a diario, en lo escondido,
con gestos que no buscan ser vistos,
pero que Tú ves.
Yo, últimamente, estoy conociendo a muchos que se están ganando la matrícula de honor.
Por favor, no dejéis de ver la web
Os dejo un vídeo resumen muy bueno: ver vídeo