Nos pasamos la vida corriendo. Siempre hay algo que falta, algo que queremos, algo que nos inquieta. Y en medio de todo eso, apenas nos damos cuenta de lo que YA tenemos. Hasta que lo perdemos.

La salud, el tiempo, una persona, una oportunidad… Solemos valorar solo cuando nos falta. Pero, ¿y si empezamos a agradecer antes de que la vida nos lo arrebate?
Damos por hecho demasiadas cosas. Respirar sin dificultad. Caminar sin dolor. Que alguien nos pregunte cómo estamos. El abrazo de una madre, la risa de un hijo, una conversación sin prisas. La fe que nos sostiene, aunque a veces la ignoremos.

No hace falta un susto para apreciar lo que ya es un milagro. No hace falta perder a alguien para decirle lo importante que es. No hace falta tocar fondo para entender que cada día es un regalo.
Nos creemos dueños de nuestro tiempo, pero no lo somos. Nos aferramos a seguridades que no existen. Pero lo que sí podemos hacer es vivir con gratitud. Con la certeza de que todo lo que tenemos es un préstamo, un regalo inmerecido.
Agradecer es reconocer que nada nos pertenece, pero que todo puede ser aprovechado para amar más, servir mejor, vivir con propósito.

Hoy, ahora mismo, tienes algo que merece ser agradecido. No lo dejes para mañana. Que la vida no tenga que enseñarnos a la fuerza lo que hoy podemos abrazar con el alma abierta.