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Día Mundial de la Salud. Un trasplantado.

“Hoy, en este Día Mundial de la Salud, no vengo a hablar de salud. Vengo a hablar de lo que me enseñó su ausencia. De lo que la enfermedad puso en mis manos: una fe más auténtica,”

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Yo no he tenido salud.

O, al menos, no la que se celebra en los carteles: esa que parece sinónimo de perfección física, energía desbordante y chequeos con todos los “valores normales” o en las estadísticas de la OMS.

No esa que presume de cuerpos ágiles, analíticas perfectas y sistemas inmunes que funcionan como relojes suizos.

La mía ha sido una historia de hospitales, de salas de espera, de diagnósticos duros y noches sin dormir.

Ha sido una vida custodiada por pastillas, prótesis, sondas, batas verdes y cicatrices que ya forman parte de mi geografía personal.

Y sin embargo… la enfermedad, esa que llegó como una ladrona, me ha ido mostrando con el tiempo que también sabía dar.

No como lo hace la salud, pero sí de otra forma.
Más lenta. Más honda. Más de verdad.

Me ha enseñado a no dar nada por hecho.
A celebrar lo que para otros es rutina: una ducha sin dolor, un paseo de la mano, un bostezo sin oxígeno. A saborear la vida en pequeñas cucharadas, con la delicadeza de quien sabe que cada momento podría ser el último.

La enfermedad me ha enseñado que el cuerpo duele, pero el alma también, y que ambas necesitan cuidado, escucha, ternura.
Me ha enseñado que la fragilidad no es enemiga de la dignidad, sino su mejor aliada.
Que no necesito estar bien para ser amado.
Que no necesito curarme para ser útil.
Que vivir no es solo resistir… es también agradecer, aprender, acompañar.

Hoy, en este Día Mundial de la Salud, no vengo a hablar de salud. Vengo a hablar de lo que me enseñó su ausencia. De lo que la enfermedad puso en mis manos: una fe más auténtica, vínculos más profundos, una mirada menos superficial sobre lo que somos.

Porque cuando la salud falta, la vida no se detiene… cambia. Y a veces, solo entonces, empieza de verdad.

Hoy, en este Día de la Salud, no me sumo desde el privilegio de lo sano, sino desde la trinchera de lo vivido.
Desde las cicatrices.
Desde la esperanza.

Porque aunque no tenga salud, la enfermedad me ha regalado vida.

Y eso… eso también se celebra.

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