Hoy es Domingo de Ramos.
Hoy gritamos “¡Hosanna!” sabiendo que en pocos días muchos gritarán “¡Crucifícale!”.

Y esa es la paradoja que llevamos dentro.
Porque todos, en algún momento, hemos sido multitud que aplaude… y también multitud que traiciona.
Todos tenemos días de palmas y días de espinas.Días de euforia y días en los que ni siquiera nos reconocemos frente al espejo.
Jesús entra en Jerusalén montado en un burro, no en un caballo de guerra.
No llega con espectáculo, sino con humildad.
La misma humildad con la que toca tu herida, sin exigir explicaciones.
La misma ternura con la que, sabiendo lo que viene, sigue adelante… por ti.

El Domingo de Ramos no es un desfile bonito para niños con ramas de olivo.
Es la entrada a una semana que nos rompe y nos reconstruye.
Es la promesa de que Dios no se baja del burro ni aunque tú te bajes de la fe.
Es la prueba de que el amor no se mide en aplausos, sino en fidelidad.
Así que si hoy vienes con fe, con dudas, con cansancio o con rabia…
bienvenido.
Jesús no espera perfección.
Solo espera que no cierres la puerta.
Porque entre los ramos y la cruz,
hay un Dios que no deja de amarte.
Ni un segundo.
