Jornada Mundial del Enfermo. Un trasplantado.

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Todos los 11 de febrero, día de la Virgen María de Lourdes, desde que lo instauró San Juan Pablo II, el 13 de mayo de 1992, se celebra esta jornada del enfermo. Día importante para concienciar a la sociedad de la importancia de su cuidado y enseñar al enfermo a asumir y valorar su enfermedad.

Mentiría si no dijera que mi enfermedad es lo peor que me ha pasado en la vida, lo que más daño me ha producido, lo que más noches de insomnio me ha dado, lo que más dudas, de vida y de fe, lo que más incertidumbre.

La vida ha hecho que me tengan que operar 26 veces, de ellas 3 trasplantes de riñón perdidos y un amputación de una pierna, más de 6 años en diálisis, este último 9 horas, al día, todos los días del año. Sin posibilidad de ponerme en lista de espera hasta que no pase un tiempo más bien largo y podría seguir.

Poco a poco, en la vida, uno se acostumbra a todo. Pero puedes acostumbrarte amando lo que te toca o queriendo evitarlo y lo normal, echando la vista atrás, es que según qué época de la vida, varíe el planteamiento.

En ese lento, pero fugaz, transcurrir de la vida, una va asumiendo su realidad, la acepta, como os he dicho muchas veces, la cruz de cada uno, arrastrada pesa mucho más que aceptada y abrazada, porque la vida pone pruebas duras, pero Dios nos da la fuerza para llevarlas y superarlas. Yo no creo que hubiera aguantado la mitad de lo que he vivido sin la fuerza de Dios y sin el apoyo de los míos. Somos seres sociales y necesitamos el apoyo de los nuestros, sentirnos parte, sabernos amados y comprendidos. En definitiva, vivir en el encuentro con Dios y nuestros semejantes.

Por eso, mentiría mucho más que si negara el mal de la enfermedad, si no os dijera que mi enfermedad ha sido lo mejor de mi vida. Dar un sentido a lo que vivía, ofrecerlo, intentar vivirlo compartido y con alegría y más ahora con mi pequeña gran familia, con el Equipo SAP, es un regalo. Y de ahí poder vivirlo con una transcendencia grande. Me ha costado muchos años, 43, pero es posible.

Que ironía que lo peor de mi vida, sin perder ese mal, se convierta en lo mejor de mi vida, multiplicando el bien. El bien que veo en las personas, en los actos, en las cosas pequeñas, y en las grandes, como no, de la vida. Aunque normalmente “lo esencial es invisible para los ojos”, como decía El principito. Porque la enfermedad te somete a veces a un desprendimiento de vida tan radical, tan fuerte e incomprensible, como puede ser perder una parte del propio cuerpo, que llega un día que te das cuenta que sólo estar aquí es un regalo, que sólo tener a los míos es un tesoro, que necesitamos poco para ser felices y encontrar la casi mejor versión de un mismo. Digo casi, porque el ser humano, Gracias a Dios, siempre será inacabado y en evolución.

Todo esto que pienso, lo puso en palabras perfectamente, blanco sobre negro, Benedicto XVI, en 2012, y que como os he contado alguna vez, es desde entonces mi lema de vida: “la locura de la cruz es hacer del sufrimiento un grito de amor a Dios”.

Por eso, aunque a veces sorprenda, no puedo más que decir, que ¡soy un tipo con suerte!

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